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viernes, 25 de abril de 2025

LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO

Si alguna vez vienes a mi barrio, procura esquivar esa calle. Sí, esa callejuela de aspecto inofensivo, la que sale perpendicular a la avenida principal por la que circulan montones de coches haciendo todo el ruido del mundo, y montones de personas mirándose los pies, sin atender a lo que les rodea, fijo el pensamiento en llegar lo antes posible a su destino para abordar el siguiente asunto del día, y así uno tras otro, van cerrando temas, liquidando cuentas pendientes, corriendo hacia otro objetivo que tampoco se tomarán el tiempo de disfrutar.

Eso sí, ninguno de ellos girará en la esquina de la antigua zapatería, hoy con los cierres echados y llenos de grafitis, los escaparates empapelados por dentro, y un sobrio cartel que informa a los transeúntes de que los buenos tiempos no volverán. Ninguno de ellos encauzará sus pasos hacia las aceras de esa callejuela, sucias y con las baldosas desparejadas, tan estrechas que casi hay que caminar por ellas haciendo equilibrios para no caer a la calzada. Ninguno de ellos se adentrará en las sombras que los edificios que la flanquean arrojan sobre su asfalto, creando monstruos que bailan, mudos, a la tenue luz de las escasas farolas que aún conservan más o menos intacta su bombilla.

Si te asomas desde la otra esquina, la de la elegante perfumería cuya fachada, llena de coquetos y carísimos envases, reluce volcada por completo hacia la avenida principal, con el escaparate que da a la callejuela cegado con estanterías repletas de aromas florales para enmascarar los fétidos olores que emanan, entre siniestros vapores, de la alcantarilla situada unos pasos más allá, podrás comprobar que todas las ventanas de las viviendas que hacia ella miran están selladas, ni un hilo de luz se filtra por las persianas, ni una sola cabeza hace acto de presencia, ni el más leve sonido interrumpe el silencio reinante, pesado, denso, oscuro.

Y todo por un detalle que, a simple vista, puede parecer insignificante. Un detalle que un observador casual pasaría seguramente por alto si recorriese -que no lo hará- esa callejuela. Un detalle de aspecto tan inocente que ni siquiera un perro vagabundo o un gato sin hogar recelarían de él, si acaso decidieran -cosa harto improbable- deambular por sus inmediaciones. ¿Y qué es?, me preguntarás, intrigado porque sigo negándome a pronunciar siquiera el nombre de la calleja.

Pues nada más y nada menos que un charco. ¿Te ríes? No es un charco cualquiera, te lo aseguro. De color negruzco, a tono con la mugre que lo circunda, tiene un aire de lo más inofensivo, cualquiera diría que es poco profundo, ya que se puede atisbar el fondo bajo la líquida superficie. Pero atrévete a lanzar una piedra en su interior y verás cómo la engulle con un murmullo sordo, una especie de regüeldo satisfecho de glotonería impenitente. Si vas un paso más allá y arrojas un bicho muerto -no te digo un pobre pajarillo, qué lástima, por Dios, pensaba más bien en algo asqueroso como una oruga o, incluso, una cucaracha-, el sonido será más fuerte y duradero, virando hacia el eco de una risa macabra. Y si ese eventual pajarillo -desde luego, los hay imprudentes- acierta a posarse en sus lindes para calmar la sed, el apacible espejo se retorcerá sobre sí mismo para formar un remolino que lo atrapará y, en pocos segundos, no quedará del animalito más que alguna pluma suelta, perdida en la mortal refriega. Entonces sí, podrás escuchar con toda claridad unas lúgubres carcajadas mezcladas con los agónicos gorgoritos del ave y, cuando se haga el silencio, un sonoro y cavernoso eructo que te pondrá los pelos como escarpias.

¿No me crees? Precisamente por eso no quiero confesarte el nombre de la travesía donde se encuentra ese fenómeno maligno, no sea que te pique la curiosidad y vayas a investigar, con el riesgo de acabar tus días en sus fauces. ¿Que sabes a qué calle me refiero? Quizá te he dado demasiadas pistas. ¡Por favor, no vayas, no entres allí con tu coche, no lo pisotees con las ruedas, no esparzas ese agua infecta a diestro y siniestro, no te pongas en peligro!

Ha sido inútil. Desde la esquina de la perfumería, arropado por las luces del escaparate, con ambos pies bien plantados en la acera de la avenida principal, he presenciado cómo has embestido con tu vehículo ese maldito charco, cómo las aguas han emulado al Mar Rojo de los tiempos antiguos, cómo tú y tu coche habéis desaparecido de la faz de la tierra. Ni un solo testigo ha escuchado tu grito aterrado, ni ha advertido el salpicoteo de tus manos tratando de escapar, ni ha sentido un escalofrío cuando todo ha vuelto a quedar en engañosa calma.

Con una sonrisa macabra temblando en las comisuras de mis labios, acallando el eructo que sube por mi garganta, doy media vuelta para ir en busca de otro incauto al que engatusar con misterios urbanos, mientras las luces de la perfumería dibujan en la acera, sobre mi sombra, el contorno de unos cuernos y un largo rabo.

Ganador del V Concurso de Relatos "Maribel Redondo" de la Asociación Vecinal "La Unidad de Villaverde Este", en la categoría de relato breve (Villaverde, Madrid), abril 2025

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