miércoles, 28 de junio de 2023

HA NACIDO UNA LEYENDA

Sintió una sacudida. Luego otra. Y otra más. Su mente se negaba a salir del sueño en el que había estado sumido durante tanto tiempo, pero aquellos golpes y un ruido infernal a su alrededor terminaron por devolverle la consciencia. Abrió los ojos. O, al menos, lo intentó. Era como si los tuviera cosidos, igual que los labios. ¿Y por qué sus brazos estaban cruzados sobre el pecho y no lograba moverlos? Ni las piernas, completamente rígidas, tampoco. Recapacitando un poco, la explicación le vino por sí sola, como un rotundo y demoledor mazazo en el cráneo. ¡Era la postura de una momia! ¡Lo habían enterrado vivo!

De inmediato, un súbito terror se apoderó de su ánimo y la imagen de su amada Merunepher danzó ante sus pupilas apagadas.

Si le han hecho algo... si ese faraón maldito ha osado ponerle un dedo encima, yo, Imhotep, invocaré a todos los demonios de Seth y a todos los chacales de Anubis y le...”.

Otra violenta sacudida interrumpió el curso de sus pensamientos.

- ¡Eh, vosotros dos, tened cuidado con eso! -se oyó un vozarrón lejano.

Imhotep forcejeó con las vendas que lo ceñían y, tras denodados esfuerzos, consiguió recuperar algo de movilidad. Empujó la tapa del sarcófago donde estaba encerrado y, para su sorpresa, ésta cedió y cayó al suelo con gran estrépito. Torpemente, Imhotep salió de su prisión de madera dorada y dio unos pasos vacilantes, comprobando que el lino que envolvía su rostro no era más que una única y delgada capa que le permitía vislumbrar, aunque fuera entre neblinas, lo que le rodeaba.

Echó un vistazo a su alrededor y constató que aquellas columnas papiriformes, aquel estanque cubierto de lotos, aquellas pinturas de dioses sobre las paredes estucadas eran muy similares a las que estaba acostumbrado, pero no le resultaban familiares. ¿Dónde estaba? Sacudió la cabeza. Lo primero era encontrar a Merunepher. Se asomó a un balcón, tratando de orientarse, y se quedó perplejo. En lugar de un montón de falucas surcando el Nilo, vio un enjambre de extraños artefactos metálicos pululando por doquier, zumbando y chirriando estruendosamente. Uno de aquellos artilugios se detuvo bajo el balcón y de su interior surgió un hombre de estrafalario atuendo y con una varita humeante entre los labios que, alzando la cabeza, se dirigió a Imhotep en una lengua que a éste le resultó por completo ajena:

- ¡Eh, tú! ¡No deberías estar ahí arriba, tu siguiente escena es en el templo!

Al ver que Imhotep ni se inmutaba, el tipo agarró a un muchacho con un exótico tocado que proporcionaba una suerte de tejadillo a su rostro y le vociferó, prácticamente al oído:

- ¡Ve a por esa estúpida momia, que tenemos que rodar el sacrificio de la reina!

El chico llegó hasta Imhotep y, tomándole de un brazo, le condujo a través de salones y corredores hasta unas escaleras o, mejor dicho, el esqueleto metálico de unas escaleras. Imhotep se dejaba llevar dócilmente, intimidado por todo aquel trajín y por el caótico bullicio que se desplegaba a su alrededor. Dejaron atrás el suntuoso palacio y llegaron a un magnífico templo que le recordaba vagamente al de Edfú. Hombres y mujeres vestidos a la usanza egipcia iban y venían, aunque Imhotep no se llamaba a engaño: estaba claro que no eran gentes de su tierra.

Por todos los dioses, ¿adónde me has traído, Osiris?”

- ¡Ah, la momia, fantástico! Justo a tiempo -aplaudió un hombre de cabellos blancos y barbita puntiaguda, clavando en él sus ojos a través de unos curiosos vidrios redondos. ¿Le estaría echando alguna maldición?-. Habrá que felicitar al equipo de maquillaje, hay que ver lo realista que han dejado a este hombre, yo creo que hasta desprende cierto tufillo a muerto... -Luego, alzando el tono-: Hale, vamos a rodar. Te sabes el papel, ¿verdad? Estupendo. ¡Todos preparados!

Y, dando unas sonoras palmadas, dejó a Imhotep de pie allí en medio.

- ¡Acción! -gritó el hombrecillo, haciéndole dar un respingo.

De inmediato, una procesión de jóvenes “egipcias” entró en el templo entonando una lúgubre melodía. Las seguía una mujer de extraordinaria belleza. Las ropas lujosas, el tocado de oro y lapislázuli, los afeites del rostro... por un fugaz instante, Imhotep pensó que era la mismísima Merunepher quien caminaba hacia él. Eufórico, redobló sus esfuerzos y al fin consiguió rasgar parte de las vendas que sujetaban sus brazos al torso. Extendió sus manos hacia la reina y caminó unos cuantos pasos, torpes a causa de los vendajes de sus piernas, mientras emitía sonidos inarticulados e incoherentes, a juicio de los oyentes.

Las muchachas se dispersaron entre agudos chillidos, con un genuino terror pintado en sus rostros, y la reina abrió muy grandes los ojos, palideció mortalmente y se desmayó, justo en el momento en que Imhotep la alcanzaba, por lo que pudo recogerla en sus brazos. Escrutó ansiosamente sus rasgos y, al comprobar que aquella reina no era su Reina, alzó la cabeza y exhaló un profundo y gutural rugido que estremeció a todos y cada uno de los presentes, sin excepción. Después, hincó una rodilla en tierra para depositar a la mujer con sumo cuidado en el suelo, y en esa posición se quedó, los brazos colgando a los costados, la cabeza gacha, los hombros hundidos. La máxima expresión del más crudo dolor.

A su alrededor, todos se habían quedado mudos. Por fin el director, con voz estrangulada por la emoción, gritó “¡Corten!” y el equipo al completo prorrumpió en estruendosos aplausos.

- ¡Fabuloso! ¡Magnífico! ¡Has estado sublime! -elogiaba el hombrecillo-. ¡Roberto! Ahora mismo me cambias el guión: la Momia va a ser el protagonista absoluto de la película. De esta y, después, de toda una saga -el hombre gesticulaba, los ojos brillantes, su brazo enlazado al de Imhotep mientras le conducía hacia los camerinos-. Ya lo estoy viendo... puedes viajar en el tiempo y enfrentarte al Conde Drácula, puedes aparecer en Londres y sembrar el terror en la City, puedes...

Imhotep dejó de intentar encontrar en todo aquel raudal de palabras extrañas alguna que tuviera sentido para él y elevó una silenciosa plegaria a Anubis, suplicando su ayuda para terminar con aquella pesadilla y poder volver junto a su amada Merunepher.

En su trono del inframundo, el Dios Chacal sonreía, travieso. Imhotep había muerto y había nacido una Leyenda.

Finalista del VII Premio de Relato Breve "La Gran Ilusión" (Cines Renoir), octubre 2022

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