El último día me pareció más largo que ninguno. Era cuestión de horas que aquella maldita escayola desapareciera de mi pierna y de mi vida, pero precisamente por eso los minutos parecían arrastrarse con extrema pereza por la blanca esfera del reloj. Miré por la ventana, aburrido. Ya ni siquiera la vista de la exuberante vecinita del chalé de enfrente relajándose al borde de su piscina conseguía aliviar mi impaciencia. La irrupción de su perro en ese plácido oasis de sol y cloro llamó mi atención: el estúpido animal hacía un ruido infernal, saltando y ladrando, con un largo hueso bien sujeto entre sus dientes. Al verlo, la vecina se puso muy nerviosa, le quitó al bicho su golosina y se metió en la casa, echando las cortinas. Recordé la película “La ventana indiscreta” y decidí explorar su jardín provisto de una pala en cuanto me quitasen la escayola: hacía días que su marido no asomaba la nariz.
Finalista XIV Concurso de Microrrelatos Getafe Negro (octubre 2021)
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