Pablo sale con las ovejas, como cada mañana. Como cada mañana, llega a los pastos, arenga a los perros y se asegura de que todo está en orden antes de sentarse bajo un roble centenario, sin perder de vista el rebaño. También como cada mañana, da alguna que otra cabezada cuando el sol está en lo alto y el contenido de su hatillo -pan, queso y una bota de vino recio- le entibia el estómago. Y, como cada mañana desde hace dos semanas, cuando abre los ojos de nuevo encuentra a una de las ovejas -una diferente cada día- con un gran lazo rojo atado al cuello.
Maldiciendo, se levanta y se dirige hacia la susodicha, le arranca el lazo y lo pisotea, enojado. Después les echa a los perros una tremenda filípica, reprochándoles a gritos que no cumplan con su cometido, a saber, impedir que nadie se acerque a las ovejas. Los animales agachan las orejas y esconden el rabo entre las patas ante la furia que muestra Pablo, aunque saben tan bien como él que su cometido es, en realidad, impedir que lobos o raposas o carniceros similares se lleven a las ovejas, o que éstas se pongan en peligro al alejarse del grupo. Pero una tira de seda atada flojamente en torno al cuello no puede hacerles mal alguno y, en estas dos semanas, no se ha producido ninguna otra irregularidad.
Pablo sabe también que esas mínimas siestas que tanto disfruta son el lapso que el infractor aprovecha para burlarse de él, y que en caso de llegar esta situación a oídos de su padre, la diatriba que acaba de dedicarles a sus fieles compañeros de vigilancia no sería nada en comparación con la que caería sobre su propia cabeza por descuidar la guardia. Decidido a resolver el misterio, se propone prescindir de su acostumbrado almuerzo para evitar la consiguiente somnolencia y pillar al delincuente con las manos en la masa.
Así pues, a la mañana siguiente Pablo actúa con normalidad, hasta el momento de sentarse bajo el árbol. Con los brazos cruzados sobre el pecho, va dejando caer poco a poco la cabeza hasta dar la impresión de dormitar plácidamente, aunque en realidad sus ojos entrecerrados no pierden detalle. “A ver qué animal elije hoy ese bribón”, piensa intrigado, pues todas las ovejas han lucido ya el símbolo de su ignominia.
Un revuelo en las lindes del rebaño le pone en alerta, si bien consigue mantener inalterada la postura. Le sorprende que los perros vayan de acá para allá agitando el rabo, como si conociesen al intruso. “Eso explicaría por qué no ladran”, razona. Y, de pronto, ahí está: un enorme lazo rojo navegando en aquel océano de níveas lanas. ¿Cuál es la oveja escogida? Pablo alza la cabeza y estira el cuello, pero es incapaz de distinguir a la portadora. Indignado y curioso a partes iguales, se levanta y se abre paso a trompicones entre los vellosos cuerpos hasta alcanzar el mismo centro del grupo.
Boquiabierto, parpadea una y otra vez sin dar crédito a lo que ven sus ojos: no es una oveja quien lleva esta vez la llamativa cinta de seda, sino una muchacha de largos cabellos color miel y miembros esbeltos, que se pasea a cuatro patas entre los borregos completamente desnuda. Su piel bronceada reluce bajo el sol con una fina pátina de sudor, debido sin duda al ejercicio tanto como al calor que desprenden los animales que la rodean. Pablo siente un fulminante tirón en las entrañas y la llamarada de ira de sus pupilas vira con rapidez a una clase de fuego muy diferente. “Elena, quién iba a ser, si no”, se dice, sin poder evitar que una sonrisa lasciva se derrame por su boca.
La joven se incorpora, sin pudor alguno, se muerde el labio inferior, entorna los ojos con una sensualidad que a Pablo se le antoja irresistible. El pastor tira del lazo con los dedos, los enreda en su cabellera, los desliza por los pechos perfectos. Elena gime, echa atrás la cabeza y se abandona a sus caricias, que devienen tórridas en un suspiro. Sabe que el zagal, que hasta entonces no le prestaba atención alguna, ahora es suyo sin remedio. Él también lo sabe. Y lo celebran entre las ovejas, que siguen paciendo sin prestar atención a los dos cuerpos que ruedan por la hierba envueltos en los jirones de un enorme lazo rojo.
Finalista en el 5º Certamen de Relato Corto "Sin-Vergüenza/Kanaya" de la Asociación Cultural Eclipse (Valladolid), abril 2025
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