Este
árbol siempre ha sido especial para mí.
A
la sombra de sus frondosas hojas di mis primeros pasos. Sus firmes
ramas fueron testigos, mudos aunque benevolentes, de mis torpes
intentos iniciales de escalada, que fueron mejorando día a día
hasta alcanzar la pericia que hoy poseo. Cuando necesité evadirme de
las presiones familiares, su tronco rugoso me ofreció siempre cobijo
en ese enorme agujero que le dejó como recuerdo una bomba de la
guerra civil, ahora cubierto por la hiedra sanadora que le resta
gravedad y le suma encanto.
No
es de extrañar, pues, que el pie de este árbol fuese el lugar
elegido para reunirme con mi amado cuando sentí su irresistible
llamada. Jugamos a perseguirnos entre risas en torno a su tronco;
trepamos a sus ramas, evocando nuestra infancia; yacimos enredados
bajo sus verdes hojas, acunados por el susurro de la brisa que gusta
de danzar entre ellas al ritmo de la primavera. Y, ya con el germen
de una nueva generación a buen recaudo en mis entrañas, voy a
enterrarme entre sus raíces más profundas, que velarán mi sueño
hasta que llegue mi momento, el momento de construir un nuevo
hormiguero.
Ganador del I Concurso de Microrrelatos organizado por la Fundación Carreras (Zaragoza), mayo 2024