lunes, 19 de febrero de 2024

DUELO DE MIRADAS

Crisis. Reestructuración. Odiadas palabras. Por suerte, me toca la papeleta de recolocado y no la de despedido, y mi destino en una nueva oficina se revela prometedor desde el primer día, cuando te encuentro sentada en el puesto contiguo al mío. Saludos corteses entre murmullos, breves cabeceos, algún que otro rubor.

Y aquí andamos los dos, enterrando las miradas en las macetas que adornan las ventanas o dejándolas volar con el viento helado de la mañana o incluso prendiéndolas en el sombrero de ese transeúnte que camina apresurado por la calle. Cualquier cosa para evitar que se crucen nuestros ojos y brote prematuramente esa llama que aguarda, latente y soterrada, durante toda la jornada laboral, para abrasarnos nada más trasponer el umbral de mi apartamento.

Hoy, tras reducirnos a cenizas el uno al otro, me confiesas que vuelas hacia otro nido en busca de una mejora salarial que reconozco legítima pero que me sabe amarga porque te aleja de mi lado. Tu puesto lo ocupa ahora un becario con pelusilla en el bigote: no sé cuánto cobra, pero su mirada miope no logra incendiar la mía que, triste, te añora.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com" (Tema: "entendimiento silencioso entre dos personas") febrero 2024

miércoles, 14 de febrero de 2024

DESDE EL RINCÓN

Miró a su alrededor. Desde su olvidado rinconcito tenía una buena panorámica del iluminado escaparate. Podía contemplar a sus compañeros sin que ellos se dieran cuenta: a veces, ser ignorado tiene sus ventajas. Hacía tiempo que había renunciado a participar en las conversaciones generales y se limitaba a quedarse allí, acurrucado en su rincón, observando y escuchando.

Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba en aquel escaparate. Al principio, el dueño de la tienda le cambiaba de cuando en cuando de lugar: unas veces más arriba, otras más abajo; unas veces más adelante, otras más atrás. Hasta que, poco a poco, se fue quedando relegado a los sitios menos visibles y más oscuros y, finalmente, ya no se movió más del rincón que ahora ocupaba, medio oculto detrás de una enorme caja de juegos de mesa.

Con el paso de los días, había ido viendo cómo los demás juguetes eran vendidos y reemplazados por otros cada vez más sofisticados, con colores más vivos, con sonidos más reales, con más complementos, más caros. Las modas cambiaban, los niños querían lo que veían en la televisión o en manos de sus amigos, olvidado ya lo que habían deseado tanto hacía tan sólo unos meses. Y él seguía allí, en su rinconcito, mirando con ojos cada vez más tristes a los curiosos que se detenían frente al cristal... y lo ignoraban.

Paseó la vista, una vez más, por sus compañeros. Robots virtuales, cocinas perfectamente equipadas, cochecitos de última generación para muñecos a los que no les faltaba ni respirar, todoterrenos teledirigidos de inmensas ruedas, dinosaurios de goma que rugían, puzzles en tres dimensiones con efecto fosforescente. Se había acostumbrado a ver de todo y ya no le sorprendía nada; en realidad tampoco los consideraba sus rivales: simplemente él era distinto –cada vez más distinto- a todos los demás.

Lo único que realmente le dolía, lo que teñía su corazoncito de trapo con una gota de amargura era el grupo de muñecos que se apelotonaban en una enorme estantería del fondo, a su izquierda, bien iluminados. Era el último grito en peluches: todos blanditos, suaves, antialérgicos, lavables en frío. Bulliciosos, con sus vocecillas alegres y sus risitas contagiosas, bromeaban sobre quién sería el siguiente en ser empaquetado en una de aquellas preciosas cajas de colores con lazo dorado, para ir a adornar la cuna cubierta de volantes de algún afortunado niño que lo contemplaría embelesado.

La colección resultaba tanto más atrayente por lo variopinta: una gatita con un gran lazo rosa al cuello, un mono que colgaba del estante sujeto tan sólo por tres dedos de un pie, un gigantesco oso pardo sentado majestuosamente en la esquina, un hato de ovejas blancas como la nieve entre las que asomaba una negra como un tizón, unos cuantos cerditos rosados, con sus rabitos enrollados coquetamente, desperdigados aquí y allá...

Mirando por enésima vez aquellos encantadores muñecos de peluche, sintió cómo se humedecían sus ojillos de cristal. Sorbió fuertemente por la nariz, fingiendo evitar un estornudo. No quería que lo vieran llorar. Pero una idea le martilleaba el cerebro una y otra vez, y le atenazaba la garganta con dedos de acero: viendo aquellos dulces seres, ¿quién compraría un pequeño e insignificante conejo de trapo?

Algo parecido rondaba por la cabeza del dueño de la tienda. Cada vez que renovaba el escaparate se topaba con aquel dichoso conejo de trapo y le asaltaba la duda: ¿y si lo retiraba? Hacía siglos que estaba allí y no parecía resultar demasiado atractivo para los clientes. Pero, al final, terminaba dejándolo tranquilo en su rincón. “Total, tampoco estorba...”, se decía. En el fondo estaba un poco encariñado con aquel conejillo, que le recordaba sus primeros tiempos en el negocio, años atrás.

Pero esa Navidad se decidió. Había recibido una remesa de nuevos juguetes y eran enormes. También quería colocar algunos adornos navideños, un pequeño abeto, un Papá Noel... Tenía que dejar sitio libre y el conejo de trapo salió de su rincón para no volver. Cuando el hombre dio por finalizada la decoración del escaparate, lo recorrió por última vez con la vista, satisfecho, y al dar media vuelta... se le cayó la sonrisa a los pies. Tumbado sobre uno de los pulidos mostradores, el conejito lo contemplaba con sus ojillos de cristal, botones brillantes bajo las luces halógenas. Y ahora, ¿qué iba a hacer con él? Con un suspiro, sacó un cepillo suave de un cajón y le limpió el polvo con ternura mientras cavilaba. Poco a poco, la sonrisa se fue dibujando de nuevo en sus labios, hasta que terminó su tarea y levantó el muñeco a la altura de su cara.

Te voy a llevar con tu nueva dueña. Verás qué contenta se va a poner.

El conejo sintió un hormigueo recorriendo su cuerpecillo. ¡Por fin tendría un hogar! Lo que tantas veces había soñado y que con el paso del tiempo había terminado por descartar como imposible, al fin iba a hacerse realidad.

No hubo caja de colores, no hubo papel de regalo, no hubo lazo. Solamente una bolsa de plástico, un breve trayecto en coche después de una espera en la trastienda que se le hizo eterna y, finalmente, vio de nuevo la luz en una habitación cálida y alegre, con un olor muy particular, un agradable aroma a ropa limpia y a colonia infantil.

Y allí estaba aquella encantadora criatura, mirándolo con sus grandes ojos muy abiertos y una boquita de rotundo asombro que pronto se transformó en una inconfundible sonrisa de bienvenida. Los menudos bracitos se alargaron hacia él, ansiosos, y dos manitas de suaves dedos diminutos lo asieron y lo apretaron con nerviosismo. Rápidamente exploraron el cuerpecillo relleno, las regordetas patitas, las largas orejas y el hocico puntiagudo y aterciopelado. Con un gorgorito de pura alegría, la niña lo estrechó blandamente contra su pecho.

Entonces, el pequeño conejo de trapo lo supo: estaba en casa.

Finalista del I Certamen Literario de Poesía y Cuento "Ana Pelegrín" (Editorial ECOS, Arte y Cultura), enero 2024

lunes, 12 de febrero de 2024

EL EFECTO MARTA

Desde que teletrabajo, me gusta bajar a la cafetería, instalarme en una mesa con el portátil y darle a las teclas ante un café y un bizcocho casero. Pero Fulgencio se jubiló y ahora me sirve el desayuno Marta, con sus ojos tiernos y su cálida sonrisa, con ese dulce cimbrear de caderas que hace a mis gráficos y tablas ondular y entrelazarse en la pantalla, convirtiendo mis informes en un caos. Uno de estos días, voy a simular la trayectoria de un cometa y, montado en su estela, huiré con Marta al espacio profundo del sistema operativo.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com", para el 1º Concurso de Microrrelato "El Café" (febrero 2024)

domingo, 11 de febrero de 2024

EL BUEN SAMARITANO

Todos los días pululaba por la calle, ayudando a cruzar al ciego del quiosco de la esquina, alertando a los chavales que dejaban al desgaire sus bicicletas si alguien se aproximaba a ellas con dudosas intenciones, recogiendo el patuco de ese bebé que siempre se las arreglaba para quitárselo y lanzarlo por la borda del cochecito. Nadie se fijaba en el talento que desplegaba en todas esas operaciones: sólo veían su estado famélico, su pelaje sarnoso, la nube de pulgas que solía acompañarlo. Pero él no desesperaba: cualquier día, llegaría ese alma caritativa que le daría, al fin, un hogar.

Ganador mensual del III Concurso de Microrrelatos sobre Talento FUNDAE - Capital Radio (enero 2024)

viernes, 9 de febrero de 2024

MIMETISMO

En cuanto puse un pie en escena se me pasó el pánico y en unos minutos me encontraba en mi salsa, dando zancadas de un lado a otro del plató y declamando mis frases, por completo identificado con mi personaje. Tanto era así que, al terminar de rodar ese día, la princesa y yo nos llevamos al dragón a casa y desde entonces vivimos los tres tan felices, ignorando las insistentes llamadas del director, que quiere terminar la película.

Publicado en la web de Adella Brac (Reto 5 líneas, febrero 2024)

jueves, 8 de febrero de 2024

LA COSTUMBRE

Tomás se sienta en la barra y murmura, con voz ronca: “un carajillo, por favor”. El camarero sigue limpiando vasos, impertérrito, sin siquiera dignarse a echarle una mirada. Tomás se aclara la garganta y repite la comanda un poco más alto, con idéntico resultado. Entonces llega otro cliente, se sienta en el taburete contiguo y pide una caña, que el camarero le sirve de inmediato. Tomás estampa el puño sobre el mostrador y vocifera, indignado, sin provocar reacción alguna. Resignado a quedarse sin su carajillo, sale del bar cabizbajo y arrastrando los pies, exactamente igual que cuando estaba vivo.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com", para el 1º Concurso de Microrrelato "El Café" (febrero 2024)

miércoles, 7 de febrero de 2024

AZUL COBALTO

El silencio me pesa bajo tu mirada gris cercada de arrugas. Antaño esos ojos chispeaban de un vivo azul cobalto cuando corríamos por la playa de la mano, retando a las gaviotas a gritos, echando a volar la dignidad junto con nuestros cabellos revueltos. Memoria de tiempos felices, cuando el maldito alzheimer aún no era el amo y señor de tu cuerpo y de tu mente. La enfermera asoma la cabeza: fin de la visita. Te beso en la mejilla y, por un efímero instante, ese vivo azul cobalto vuelve a chispear en el espejo de tu sonrisa.

Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (febrero 2024)

martes, 6 de febrero de 2024

Concurso CUENTA140 de la revista "EL CULTURAL" (tema: la cortesía)

Ayudaba a los ciegos a cruzar la calle, cargaba la compra de las ancianas, cedía su asiento en el metro. Y nunca enseñaba los colmillos.

Ganador semanal (5 febrero 2024)

domingo, 4 de febrero de 2024

CAMBALACHES

Por mi cumpleaños, papá me llevó a la tienda de mascotas. Tenía prohibidas serpientes e iguanas, y perros y gatos se me antojaban aburridos, así que escogí un precioso conejito todo negro. Miré fijamente sus ojos rojizos y ¡zas! de pronto me vi a mí mismo al otro lado del cristal diciendo que prefería un hámster. ¡Un hámster! Intenté protestar, pero sólo lograba emitir chillidos y menear unas estúpidas y larguísimas orejas. Mientras salía de la tienda de la mano de papá, ese otro yo me lanzó una perversa mirada rojiza y no me quedó otra que quedarme allí, esperando la llegada de algún incauto para tratar de regresar a un cuerpo humano, aunque no fuese el mío.

Finalista mensual en el Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (febrero 2024)

sábado, 3 de febrero de 2024

BORRASCA IMPREVISTA

Esta tarde, al bajarse del autobús, unos buñuelos de viento cayeron a sus pies, salpicando de crema sus lustrosos zapatos. Antonio miró hacia arriba, desconcertado, esperando descubrir a una panda de críos bromistas asomados a alguna ventana. En cambio, lo que vio fue un montón de buñuelos que se precipitaban hacia él desde el cielo a toda velocidad. Se apresuró a refugiarse en el portal más próximo mientras arreciaba el exótico chaparrón, que duró no menos de diez minutos. Cuando al fin amainó, dejando suspendida a su paso una ligera neblina de algodón de azúcar, de un bonito tono rosado aunque algo pringosa, Antonio emprendió el regreso a su casa tratando de no resbalar por las aceras cubiertas de nata, crema de café y cabello de ángel, sin dejar de murmurar para sus adentros: “maldito cambio climático”.

Finalista en el X Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo. Publicado en la revista "Compromiso y Cultura" nº 110 (Asociación Literaria y Artística Poiesis), febrero 2024