lunes, 23 de octubre de 2023

ESTRATEGIA A LARGO PLAZO

Hemos vivido en este edificio por miles de años: conocemos cada ladrillo, cada teja, cada fisura en la piedra del suelo. Hemos llorado con él cuando la lluvia gotea desde sus canalones, hemos suspirado con él cuando el viento susurra entre la hiedra que cubre su fachada, hemos respirado con él cuando el humo de sus chimeneas amenaza con asfixiarnos a todos. Y ahora, unos recién llegados pretenden arrebatarnos nuestro hogar ancestral con el pretexto de que los duendes no existen. De momento, nos hemos diseminado por los jardines fingiendo ser meras estatuas de escayola pintada, mientras planeamos la manera de echar de aquí a estos malditos humanos.

Finalista Relatos En Cadena (octubre 2023, semana 6)

sábado, 21 de octubre de 2023

EL HOMBRE QUE VINO DE MONTANA (Yincana Literaria)

Este verano, el Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés propone un divertido ejercicio para los aficionados a la escritura: la Yincana Literaria de Timothy Blot. Cada día, desde el 11 al 31 de agosto, se proporcionan unas condiciones que debe cumplir un microrrelato de 210 palabras como máximo. Se permite que sean relatos independientes, pero se prefiere que sea una única historia con un hilo común, que es la opción que yo elijo. Y este es el resultado (en mayúsculas figuran las palabras o frases o personajes que deben incluirse cada día en la historia; el último capítulo debía ser un texto monovocálico).

 

 EL HOMBRE QUE VINO DE MONTANA

1: EL PUEBLO

En lo más crudo del crudo INVIERNO, el pueblo se queda incomunicado. La nieve cubre los tejados, las calles, los campos, la ribera del río y el viejo puente de piedra. Nadie se atreve a salir por miedo a que uno de los carámbanos que cuelgan de los aleros tintinee en exceso y, al caer, lo atraviese de arriba a abajo como si fuera un pincho moruno.

De cuando en cuando, una panda de chiquillos inquietos y alborotadores toma al asalto la cuesta que baja de la iglesia: embutidos en gruesos gorros de lana y provistos de trineos, juegan a deslizarse sobre la blanca superficie hasta que comienza a oscurecer y, con las últimas luces, tienen que regresar a casa con los dedos y los cerebros congelados.

El resto, no abrimos la puerta más que para sacar un brazo dos veces por semana y recoger la cesta con el pedido que el tendero deja rezongando en el umbral. Ni siquiera las RATAS se atreven a asomar los bigotes hasta que, ya bien entrado el mes de abril, el cielo se desprende de su manto plomizo para volver a pintarse de un AZUL brillante y primaveral.

2: EL EXTRANJERO

En estas rigurosas condiciones climatológicas, una mañana temprano me despertaron unos inusuales ruidos en el jardín. Espiando entre las cortinas del dormitorio logré vislumbrar, tras el ALIBUSTRE cubierto de nieve, una silueta alta y fornida, tocada con un sombrero como los de John Wayne en las películas del oeste que tanto me gustaban de pequeña. El resto de su persona se confundía con el matorral, ya que la nevada también había cuajado en sus ropas. El sombrero ostentaba igualmente una gruesa capa de un blanco níveo pero su forma resultaba inconfundible.

Bajé a toda prisa y abrí una rendija de la puerta principal, preguntando a voces al extraño quién era y qué quería. Él me contestó, con un fuerte acento, que se llamaba John Smith, que procedía de MONTANA y que era experto en labores de FONTANERÍA.

Debido a las últimas heladas, mis cañerías no funcionaban todo lo bien que debieran así que pensé, "qué demonios, a lo mejor el tipejo este me puede hacer un apaño" y, aunque no me daba muy buena espina su intempestiva aparición, abrí del todo la puerta para recibirlo en mi humilde casa con los brazos abiertos. Metafóricamente, por supuesto.

3. INTERCAMBIO DE INFORMACIÓN

Al entrar en la casa, John Smith se despojó del sombrero vaquero y del abrigo empapado. Como buena anfitriona, improvisé un piscolabis a base de restos del día anterior y algunas exquisiteces que guardaba en la despensa para una ocasión especial.

Mientras se ponía MORADO, el hombre me contó que se dedicaba a domar CABALLOS allá en Montana y que, harto de los fríos inviernos de su tierra, había decidido cambiar de aires. Una familia de excursionistas le había hablado maravillas del clima español, por lo que había liado el petate y se había lanzado a cruzar el charco. Desembarcado en La Coruña, iba atravesando la península camino de Levante, donde esperaba encontrar menos nieve y más sol.

Yo le recomendé el pueblecito costero donde veraneaba mi hermana todos los años mientras le ofrecía una generosa ración de tarta de manzana casera.

Smith me agradeció la comida y la información y luego me preguntó por las diversiones del pueblo. Yo me eché a reír: más allá del BINGO de los viernes en la iglesia y del baile de los domingos en el ayuntamiento, nuestro mayor entretenimiento consistía en ver pasar a la gente por la calle. Y ahora con la nevada, ni eso.

4: LOCALIZANDO EL PROBLEMA

Smith miró a través del cristal de la ventana. Nevaba otra vez y hacía un FRÍO del carajo. Entre los BLANCOS copos alcanzó a distinguir a los CINCO chiquillos del trineo que hacían de nuevo de las suyas en la cuesta de la iglesia, en medio de un jubiloso griterío. Por un momento, la mirada del hombre adquirió un tinte LEJANO, como si añorase su hogar, allá en Montana, pero enseguida se repuso y, con su peculiar acento y una gran sonrisa, exclamó: "¡vamos a echarle un vistazo a esas cañerías!".

Smith revisó una por una todas las tuberías del interior de la casa, sin encontrar problema alguno. "Lo que me temía", murmuré con un escalofrío, "hay que salir". Nos abrigamos bien y nos dirigimos al CUADRANTE superior izquierdo del patio: allí, junto a una mata de azaleas sepultada bajo la nieve, estaba la entrada general de agua de la casa. Smith apartó la tapadera metálica que la cubría y emitió un silbido. "Está totalmente congelada", sentenció con aire experto.

5: FIASCO

"Y ahora qué hacemos?", pregunté un poco espantada. Hasta ese momento las cañerías habían funcionado mal que bien, pero si la tubería de entrada estaba helada por completo, ya podía despedirme del agua corriente. Y a esas alturas y con dos palmos de nieve, no me veía yo con el botijo a cuestas camino de la fuente de la plaza, ni siquiera aunque pudiera ATROCHAR por los callejones.

Pero mi CONSPICUO invitado puso cara de entendido y, sacando tres dedos de la mano derecha, declaró: “necesito GAMBAS, aceitunas y vino blanco”. Cómo supo lo que había en la nevera sigue siendo un misterio para mí a día de hoy. En cualquier caso, me apresuré a traérselo todo, intrigada por averiguar cómo iba a resolver el problema con aquellos insólitos elementos. La solución me dejó más helada que el suelo del jardín: el tipo se dedicó a zamparse las aceitunas y a beberse el vino a gollete mientras aguardaba a que las gambas, que había colocado junto a la tubería, resucitaran por arte de magia y ejercieran de expertas fontaneras.

Ante semejante guasa, le lancé un tremendo directo a la mandíbula y, agarrando el plato con las gambas, me volví a casa y lo dejé allí despatarrado.

6: ENCERRADO AFUERA

No habían transcurrido ni diez minutos cuando unos sonoros golpes estremecieron la puerta de arriba abajo. ¡Ja! Si Smith se creía que iba a volver a acogerlo en mi SOFÁ como si tal cosa y a cederle mis gambas, iba listo. Ya podía seguir su camino hacia el soleado Levante o volverse por donde había venido, de regreso a sus MONTAÑAS nevadas allá en Montana, me daba exactamente igual.

Los golpes duraron un buen rato pero, al fin, cesaron. Esperé más de media hora a ver si optaba por derribar la puerta o romper algún cristal, o incluso por gimotear suplicando mi perdón. Nada. Ya estaba empezando a pensar que se había quedado dormido en el suelo y se había congelado abrazado a la botella de vino, cuando un susurro afuera me empujó a cotillear entre las cortinas, como aquel primer día cuando Smith apareció. Y, para mi sorpresa, le vi despejando el camino de nieve con una PALA que debía haber sacado del cobertizo del jardín. Cantaba mientras trabajaba, como los presos de las películas de su país natal, y sus músculos tensaban la tela de su camisa a cada paletada. Entonces fue cuando caí en la cuenta del magnífico cuerpazo que tenía.

7: ENCERRADOS ADENTRO

Mi enfado se diluyó como un muñeco de nieve bajo el tórrido sol veraniego. Sólo podía pensar en aquellos brazos musculosos manejando la pala, en aquel pelo revuelto, en aquella sonrisa socarrona que me empeñaba en adivinar en su rostro. Cuando Smith llegó hasta la acera y se incorporó, triunfante, sentí ganas de aplaudir. Él debió intuir mi escrutinio porque se giró y, aunque me apresuré a dejar caer las cortinas, su sonrisa -socarrona, cómo no- me caló hasta el tuétano.

Corrí escaleras abajo y le abrí la puerta. En agradecimiento por su espontánea labor de quitanieves, le ofrecí una bebida caliente: café, té, manzanilla... eligió chocolate. Preparé varios litros y le serví una taza tras otra hasta que, riendo, agitó las manos:

―NO QUIERO MÁS CHOCOLATE, CARIÑO.

Aquel “cariño” dicho con su peculiar acento de Montana me derritió las piernas, que llevaban ya un buen rato gelatinosas, y me hizo arrojarme a sus brazos sin dilación. Y sin dilación, John -no más “Smith”- corrió escaleras arriba conmigo a cuestas hasta el dormitorio, clausurando con un sonoro portazo el capítulo de nuestras desavenencias. Esa noche AVANZAMOS POR EL FILO SIN MIRAR ABAJO, conscientes de que sólo importaba la comunión de nuestros cuerpos fundidos en uno solo empañando las ventanas.

8: EL DESPERTAR

A la mañana siguiente, cuando conseguí resurgir de las dos horas escasas de sueño que me había agenciado aún no sabía cómo, me encontré a John sentado en la cama, totalmente desnudo, fumándose un PITILLO con toda la calma del mundo. “Hola, cariño” me saludó con sonrisa pícara: me temo que aún recordaba mi reacción del día anterior al oír de sus labios esa palabreja. Yo fingí una tranquilidad que no sentía y luché por apartar la mirada de su cuerpo perfecto, sin demasiado éxito, a decir verdad. En ese momento me sentía flotando en una nube, suave como una CREMA catalana antes de tostarle la capa de azúcar y tan dulce como ésta.

La noche había sido movidita: John había explorado hasta el último CUADRANTE de mi piel sin dejarse ni un sólo milímetro, y me había colocado en posturas que jamás se me habrían pasado por la imaginación para hacerme cosas con las que ni me habría atrevido a soñar en mis fantasías más descabelladas. Todavía no me explico cómo no me dio un JAMACUCO.

9: PECULIARIDADES

Miré el reloj: las NUEVE en punto. ¡Qué tarde!

Las NUEVE horas que John me había tenido entretenida (muy, pero que muy entretenida) hacían que mi cuerpo crujiese y chirriase por todos lados al levantarme de la cama. Aquella sonrisa socarrona seguía colgada de sus labios, igual que el pitillo. Miré el cenicero: ¡NUEVE colillas! ¡¿Cómo era posible?!

Abrí la ventana para dispersar el tufo a tabaco -teníamos que hablar seriamente: si pensaba quedarse más de NUEVE días conmigo iba a tener que dejar ese feo vicio- y aspiré con gusto el aire helado. Enseguida, un escalofrío me devolvió a la realidad: afuera había, al menos, NUEVE centímetros de nieve y el termómetro marcaba NUEVE bajo cero, así que cerré de nuevo y bajé a preparar el desayuno.

Yo tomé solo un café pero John acompañó el suyo con NUEVE tostadas cubiertas de abundante mantequilla y mermelada: el ejercicio le había abierto el apetito. Además, comía a toda velocidad: tan sólo eran las NUEVE y media, y ya había dejado el plato limpio. Debo reconocer que me gustan los hombres con buen apetito. Y esos músculos... Un arrebato me llevó a sentarme sobre sus rodillas y a plantarle en plena boca un beso de tornillo de NUEVE minutos.

10: CONFIDENCIAS

“CUANDO SALÍ DE LA CÁRCEL”, comenzó a relatar John en un arranque de sinceridad, tras conseguir liberar su boca de la mía con no pocas dificultades, “nadie confiaba en mí. Sólo veían a un ladrón de caballos, ya ves, yo que los amaba como a nada en el mundo, que les había dedicado mi vida, que era honrado a carta cabal desde que nací. Eso me lo inculcó mi padre y no le habría defraudado por nada del mundo.”

Yo seguía sentada en sus rodillas, mis brazos enlazando su cuello, y permanecía muy atenta a cada una de sus palabras, porque me fascinaba no sólo aquél acento tan suyo sino también su historia: quería saber más de él, mucho más, todo lo que él quisiera contarme. Y parecía que este era el momento de las confidencias. John me miró a los ojos, muy serio.

“Por eso decidí marcharme de allí, para olvidarme de todo y de todos, para emprender una nueva vida, para poner fin a esa pesadilla que me robó nueve años de mi vida. Ahora espero haber encontrado aquí, junto a ti, mi nuevo PRINCIPIO”.

11: ¡ALEGRÍA!

Esa declaración me puso los pelos como escarpias, la piel de pollo remojado y unos ojos que parecían el estanque del Retiro, como mínimo.

"Qué romántico, John", acerté a balbucear antes de volver a pegar mis labios a los suyos con una intensidad que más que un beso parecía una de esas batallas épicas que cualquier TEBEO de superhéroes que se precie debe incluir antes del consabido "continuará", palabreja que a todos nos ha hecho tildar a los autores, en algún momento, de GUSANOS o incluso de cucarachas, al vernos abocados a esperar al siguiente número para averiguar cómo se resolvía el asunto.

Por fin, John logró apartarse de mí los milímetros suficientes para murmurar contra mi boca: "tengo sed". Yo di un salto digno del mejor canguro y corrí a la despensa. Según recordaba, aún quedaba alguna botella de vino de aquella variedad de GARNACHA que mi abuelo había logrado cultivar, con grandes esfuerzos, en estas tierras poco dadas a los viñedos, antes de fugarse con la mujer del panadero y dejar a mi abuela maldiciendo el pan y el vino, y negándose a ir a comulgar a perpetuidad.

"¡Brindemos!" propuse al volver junto a John, con la última botella y dos copas en la mano.

12: INTERRUPCIONES

Pero antes de haber descorchado siquiera la botella, sonó el teléfono. A través del cable llegó hasta mí la inconfundible voz de la abuela ANTONIA anunciando su inminente visita mientras su novio viajaba por negocios al extranjero. “Murcia es taaaaan aburrida estando sola...” me dijo y, aún a distancia, reconocí su característico tonillo picarón. La familia le había retirado la palabra desde que vivía con “ese gigoló”, como lo calificaba mi padre, y yo era la única con la que mantenía contacto, por algo era su nieta favorita.

Evalué a John con la mirada y le confirmé a mi abuela que podía venir cuando quisiera, plenamente convencida de que ambos harían buenas migas.

Apenas había colgado el teléfono cuando sonó el timbre. “¿Y ahora qué?”, gruñí. No era “qué” sino “quién”: nuestro amable cartero RESTITUTO, ya jubilado, aporreando la puerta como si le fuera la vida en ello. Todo tembloroso, me explicó que le enviaba el médico de urgencias del hospital: al parecer, tenían allí a una NÓRDICA histérica con la que no lograban entenderse y, como yo era la única que había estudiado unos años en Finlandia con una beca, a lo mejor lograba averiguar quién era el tal ÚRCULO por quien preguntaba y a quien nadie conocía.

13: UNA EXCURSIÓN INESPERADA

Resoplé, maldije, volví a resoplar y maldije de nuevo. Lo que menos me apetecía en ese preciso instante era despegarme de John, ponerme un grueso abrigo y unas botas aún más gruesas, y dar traspiés por todo el pueblo nevado hasta el hospital para tratar de entenderme con una desconocida en un idioma que no dominaba. ¿Y quién era ese FANTASMA que no aparecía? ¡Úrculo, nada menos, menudo nombrecito! ¿Por qué no lo buscaba el médico de urgencias en vez de meterme a mí en el lío? Al fin y al cabo, no había sido yo quien había perdido un paciente...

Le puse cara de DRAGÓN a Restituto, que me devolvió una mirada de corderito totalmente impropia de tal hombretón pero que -él lo sabía- podía derretir hasta el corazón más pétreo. Miré a John, que me dirigió una sonrisa valerosa y, con un gesto de la mano izquierda, me animó a que me fuera con el ex cartero, mientras con la derecha se apoderaba de su tercera CAJETILLA de la mañana. En serio, teníamos que hablar de ese tema en cuanto volviese.

Así pues, seguí al reumático Restituto, decidida a liquidar el asunto cuanto antes y regresar al nido antes de que irrumpiese en él la abuela Antonia.

14: LA NÓRDICA

Al llegar al hospital entré con cierta RENUENCIA al vestíbulo de urgencias: no tenía ninguna gana de enfrentarme al médico jefe y mucho menos de traducir el idioma intraducible de la nórdica. Y allí estaba ella, inconfundible con su pelo claro y su elevada estatura, acompañada de un perrazo y un loro. ¡Por Dios! ¿Qué chiflado se lleva semejantes bichos a un hospital? Bichos que demostraron ser unos MEZQUINOS cuando yo me acerqué a saludar todo lo amablemente que pude y, de forma ostensible, me dieron la espalda los dos a la vez. A la porra con ellos.

Me centré en la rubia, que a esas alturas estaba más que histérica, y no hacía más que soltar una retahíla de palabras que sonaban fatal, seguidas del nombre "Úrculo, Úrculo" entre sollozos e hipidos. Me puse firme y la mandé callar con un UCASE. Y tuvo suerte de pillarme en un buen día (en gran parte gracias a John), que si no, no se libra de un bofetón.

15: EN EL OJO DEL HURACÁN

El médico jefe de urgencias, un CÍNICO de mucho cuidado, se pasó por allí tan solo para decirme que me dejaba al cargo de todo el asunto. Yo estaba que trinaba: en casa me esperaba John fumando como un carretero, la abuela Antonia a punto de llegar, y yo allí atrapada con la rubia aún sollozante, un Restituto cada vez más encorvado por su reuma, y un Úrculo que seguía sin aparecer. Si hubiera estado en un barco habría trepado a la BOTAVARA como un mono y me habría puesto a chillar como un idem.

OBLITERANDO los lagrimales de la nórdica con un par de contundentes sopapos, que ya le tenía muchas ganas, y enviando a Restituto a sentarse en la cafetería para aliviar el sufrimiento de su espalda, sólo me restaba localizar al tal Úrculo para dar por zanjado el asunto y marcharme a casa, a adherirme otro rato a John.

No contaba con aquellos dos malditos bichos (el gran danés y el loro) que, ante la flagrante agresión a su dueña, me atacaron con saña al mismo tiempo y me dejaron de recuerdo un mordisco en la pantorrilla derecha y un picotazo en la oreja izquierda.

16: ÉRAMOS POCOS...

DIECISÉIS puntos tuvieron que darme entre pantorrilla y oreja. Cuando el enfermero me soltó, al fin, me refugié un rato en la cafetería con Restituto para tranquilizarme y evitar soltarle un capón con DIÉRESIS al loro y un soplamocos con circunflejo al gran danés. El cartero jubilado me miraba con el ceño fruncido y meneaba la cabeza hasta que me decidí a preguntarle qué era lo que le rondaba por la cabeza.

"Nada, hija, nada. Es que estoy viendo que el Úrculo este de las narices nos va a amargar el día. A lo mejor deberíamos llamar a la DIÓCESIS, a ver si el señor obispo sabe algo de él ". Me quedé boquiabierta y ojiplática, y ni me atreví a indagar por qué Restituto suponía que el señor obispo podía saber algo del desaparecido. En todo caso, ya estaba por sugerir que a quien habría que llamar era a la policía y dejarnos de tonterías de una vez, cuando oímos un revuelo en el vestíbulo del hospital y, al asomarnos para averiguar el motivo, nos encontramos a mi abuela Antonia organizando a personal, enfermos y visitantes con sus modales enérgicos que nunca han admitido réplica.

17: MENUDO GRUPITO

En medio de todo aquel JOLGORIO, la abuela Antonia movía a la gente de acá para allá, volviéndolos locos a todos. Tanto era así que descubrí a uno de los enfermeros parapetado bajo el mostrador de recepción para escabullirse de sus tejemanejes, a un paciente con suero empeñado en ocultarse -sin éxito- detrás de la percha que sujetaba el gotero, y al médico jefe refugiado en una habitación contigua bebiendo a GOLLETE de una botella de coca-cola para consolarse de la absoluta pérdida de su autoridad.

Si cuando hizo su juramento, CADUCEO en mano, le hubieran avisado de que en los hospitales de los pueblos pasaban estas cosas -mascullaba entre trago y trago-, se habría planteado ingresar en Médicos Sin Fronteras. Seguro que los negritos le trataban mejor que la señora nazi esta, la loca de los bichos agresivos, y el tipo del nombre raro, que seguía sin asomar la nariz. Aquello parecía un circo.

18: EL QUE FALTABA

La abuela Antonia había terminado de mangonear a todo el mundo cuando apareció una ambulancia. Un par de auxiliares entraron en urgencias llevando en volandas una camilla con un cuerpo inerte. La nórdica emitió un agudo chillido y se precipitó sobre ellos, frenándolos de golpe. "Quite señora", dijo uno, "tenemos que llevar a este hombre al quirófano o se nos muere". La rubia seguía chillando y llorando abrazada al cuerpo, aferrando su mano y pronunciando de nuevo aquel extraño nombre: Úrculo.

Al fin conseguimos arrancarla de la camilla, que prosiguió su veloz camino, y la consolamos como pudimos, o sea mal, porque la pobre estaba hecha polvo, y hasta el gran danés y el loro se habían puesto mustios.

Por lo que supimos después, el hombre celebraba el CHISTE de un amigo en un bar cuando una inoportuna CARCAJADA le atascó en el gaznate los PASTELITOS de crema que se estaba comiendo. Y allí estaba Úrculo, por fin, intentando sobrevivir a la asfixia, mientras la nórdica le lloraba como si ya lo diera por perdido.

Me senté con ella, pero no había forma humana de apaciguarla. La congoja me devoraba a mí también cuando salió el médico y preguntó por los familiares del ahogado. Me temí lo peor.

19: BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA

La nórdica se abalanzó sobre el médico y lo zarandeó por la bata blanca hasta que al pobre hombre le castañetearon los dientes. Cuando conseguimos entre Restituto y yo que lo soltara, el galeno pudo explicar que Úrculo seguía vivo aunque tardaría unos días en recuperarse del todo: de momento su aspecto era ligeramente ACHAPARRADO, ya que el intenso dolor de garganta le obligaba a estar encorvado, y todavía no podía recibir visitas.

Restituto y yo acompañamos a la rubia hasta la UCI y allí la dejamos, con la nariz pegada al CRISTAL, a través del cual le gritaba al convaleciente frases cariñosas (supongo, porque yo seguía sin entender una palabra de lo que decía). A continuación me despedí de Restituto, cogí a la abuela Antonia del brazo y me la llevé para casa, que ya tenía ganas de ver a John para comprobar que no había incendiado la cocina con uno de sus pitillos (le dije a la anciana) y, por qué no (pensé para mi coleto), para estamparle en los morros un buen beso de esos que te dejan más débil que cuando te pica un FLEBOTOMA y te saca la mitad de la sangre.

20: RETORNO AL HOGAR

Al salir a la calle nevada en plena noche (qué barbaridad, nos habíamos pasado allí dentro todo el día, menudo desperdicio) la abuela Antonia y yo íbamos dando un traspié tras otro, no sólo por las heladas condiciones del suelo, sino también por la escasa luz de las farolas: si yo era NICTÁLOPE ella lo era más aún, así que avanzábamos muy despacio. A pesar de la prisa que yo tenía por regresar junto a John, no quería tener que volver al hospital por una pierna rota.

Al llegar -por fin- a casa, nos encontramos con todas las luces encendidas: parecía un MUSEO en noche de apertura extraordinaria y temí que, al abrir la puerta, saliesen de estampida dinosaurios, faraones y soldados romanos en miniatura.

Pero no, el único que salió a recibirnos fue John, con una cerveza en una mano y un plato de patatas fritas coronadas por una SALCHICHA en la otra. "He preparado la cena" dijo, todo sonriente. Lo miré con ojos tiernos -muy, pero que muy tiernos-, derretida por las promesas que adivinaba en esa sonrisa ladeada y picarona.

Sólo el brazo de la abuela Antonia, aún agarrado al mío, me contuvo para no lanzarme sobre él allí mismo, en el porche cubierto de nieve.

21: COLOFÓN

Yo, sordo sopor, hongo borroso, doloroso otoño no ortodoxo.

John, horóscopo horroroso, fósforo mohoso, tordo monocromo con poco sol.

Los dos, hombro con hombro o codo con codo, octópodo oloroso, monólogo jocoso, todo color.

Publicado por capítulos en el blog "Leer en la nube" (Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés),  durante agosto de 2023

miércoles, 18 de octubre de 2023

CUATRO ESTACIONES

Últimamente he estado teniendo sueños extraños.

En primavera me despertaba de madrugada con la absurda sensación de tener cuatro patas y haber pasado la noche recorriendo las llanuras a galope tendido. Cierto hormigueo en mis pies me dejaba un regusto inquietante, aunque mi mujer parecía complacida con mi mayor fogosidad en el lecho.

En verano dormía mal, agitado, siempre con un arrollador impulso de saltar por la ventana y planear sobre las casas. La aparición de plumitas pardas por los rincones no contribuía a mi tranquilidad de espíritu.

En otoño, el rumor de los riachuelos me anegaba el cerebro y me impelía a nadar contra corriente. Mi piel se desescamaba continuamente, y un ligero tacto membranoso en los dedos me tenía preocupado.

Finalmente, el invierno me devolvió el sosiego: ni aletas, ni alas, ni cascos, tan sólo dos piernas y la San Silvestre, tan sólo un corredor más entre tantos.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#19),  octubre 2023

lunes, 16 de octubre de 2023

PERSISTENCIA

Durante todos estos años, tu recuerdo me ha perseguido por cada rincón de las casas en las que he habitado. Daba igual lo que hiciese para librarme de él: esparcir romero sobre las alfombras, inundar estancias y pasillos con aromas de incienso, colocar velas encendidas en todas las ventanas, o hacer sonar sin descanso “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. Y, ahora que por fin me he resignado a vivir contigo y sin ti, noto desolada que tus contornos se difuminan y desaparecen.

Publicado en la web de Adella Brac (Reto 5 líneas, octubre 2023)

 

sábado, 14 de octubre de 2023

MENUDO PLAN

Si mis cálculos no fallan, hoy es treinta y uno de diciembre, San Silvestre. A estas horas, cayendo ya la tarde, debería encontrarme inmerso en un mar de preparativos: limpiar las zapatillas, rescatar del fondo del cajón los calcetines de la suerte, dejar que Carmen me llene de imperdibles la camiseta para no perder el dorsal, atarme al cuello la capa de Darth Vader que Pablito, todo ilusionado, me ofrece “para que no pases frío, papi”. Un suspiro pone fin a tan entrañables evocaciones. Quizás me ha salido un pelín dramático, aunque lo considero perfectamente lícito en la presente situación. Resignado, dejo flotar la mirada sobre el inmisericorde océano que me rodea, y me preparo para la única carrera que correré esta noche: otra vuelta más a esta maldita isla desierta donde se hundió mi velero.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#249),  noviembre 2022

jueves, 12 de octubre de 2023

COMO UN COHETE

Desdobló la solapa del libro sintiendo que regresaba la ilusión de hacía años, que lo inundaba de pies a cabeza igual que aquella lejana tarde de verano, en medio de los trigales. La amapola que Mariví había guardado entre sus páginas seguía allí, seca, aplastada, descolorida, como su corazón cuando ella le abandonó. Pero ahora que había regresado de su viaje para encontrarse a sí misma y quería volver a empezar, ese marchito corazón saltaba de alegría, dispuesto a llegar hasta la luna si ella se lo pedía. Y, si no se lo pedía, también.

Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (octubre 2023)

 

martes, 10 de octubre de 2023

HE VUELTO

Hace frío, soy consciente de la punzada en mis pulmones a cada bocanada de aire que aspiro en la gélida noche salmantina. Hace frío y, sin embargo, sudo. Siempre me gustó correr, me sentaba bien, me limpiaba por dentro, me hacía ver las cosas más claras. Tras el accidente pensé que no volvería a hacer deporte pero aquí estoy, en medio de esta apretada multitud, sintiendo de nuevo la velocidad rugir en mis venas, sonriendo a los espectadores de la San Silvestre que, fieles a su cita anual, animan a los corredores en cada avenida, en cada esquina, en cada plaza. Por fin enfilo el Paseo de San Antonio, tres años después de la última vez, y alzo los brazos al cielo, los dedos entumecidos, el alma vibrante, dejando que la silla de ruedas se deslice suavemente hasta cruzar la línea de meta.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#145),  noviembre 2021

domingo, 8 de octubre de 2023

VIVIRÁS EN MÍ

Sentada junto a la cama del hospital, sostengo entre mis manos temblorosas la tuya inerte, y rozo con un beso tibio tus labios pálidos y fríos, añorando el azul de tus ojos, que no se han abierto desde el maldito accidente de moto, hace ya tres meses. El médico me ha avisado esta mañana de que hoy te desconectan del respirador y, aunque soy consciente de que eso es lo que tú querías, me cuesta mucho hacerme a la idea de que ya no podré apartar de tu frente ese mechón rebelde, ni tu sonrisa pícara volverá a acelerarme el pulso, ni nuestros cuerpos se enredarán más entre las sábanas tras la pasión compartida.

Es la hora. Un último adiós en silencio y me apresuro a salir de la habitación antes de que el pitido de la máquina me golpee con su demoledora ausencia. Mientras espero el ascensor, acaricio mi vientre abultado y le prometo a tu hijo que siempre podrá visitarte en mis recuerdos.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com" (Tema: "No moriré del todo"), octubre 2023

 

viernes, 6 de octubre de 2023

48 CLAVOS

Sara giraba y giraba, atada de pies y manos a la ruleta de colores. Habíamos tenido que sortear cuál de los dos, ella o yo, haría ese papelón y debo reconocer que le di el cambiazo con los palitos en el último momento: mi mareo congénito en las trayectorias circulares me lo pedía a gritos. Juro que no tenía nada que ver con un posible miedo a que Thomas se cobrara venganza en mi persona de ciertos antiguos agravios -imaginados y magnificados todos ellos, por supuesto- al lanzar aquellos 48 clavos que, en vez de cuchillos por mor de la originalidad, estaba clavando en ese mismo instante en los alrededores de los giratorios miembros de Sara.

Publicado en el blog "Leer en la nube" (Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés),  agosto 2023

miércoles, 4 de octubre de 2023

AJUSTANDO CUENTAS

La sala está llena a rebosar. Si un alfiler hubiera tenido el antojo de ver la representación, le habría resultado virtualmente imposible.

Sobre el escenario se desarrolla una versión actualizada de Romeo y Julieta: una pareja ardientemente enamorada cuyas familias, encarnizadas rivales en el negocio de la hostelería, se oponen de manera rotunda y categórica a su relación. En el momento que nos ocupa, los dos protagonistas hacen planes para huir juntos, a espaldas de progenitores y amigos, tomando un avión que los conducirá a las Bahamas y a la eterna felicidad.

Mientras van y vienen por el decorado -un recóndito jardín bañado por la romántica y discreta luz de la luna-, gesticulando y recitando sus frases, una espectadora sentada en la última fila del anfiteatro más elevado los observa con suma atención a través de unos prismáticos de bolsillo. Donde el público ve una interpretación admirable y entregada, ella detecta sonrisas más ardientes de lo que requiere el papel, miradas cómplices que no están en el guión, roces innecesarios, besos demasiado largos y encendidos. Le hierve la sangre ante la prueba evidente y sin discusión de que aquella mosquita muerta tiene un lío con su marido y que ambos disfrutan mostrando al mundo su ilícita pasión camuflada de tragedia teatral.

Llegados al último acto la pareja se ha reunido, maleta en mano, para dirigirse al aeropuerto cuando el padre de él aparece dando grandes voces por un lado del escenario y por el lado opuesto asoma el padre de ella, en análogas condiciones de furia desatada. Se inicia entonces una violenta discusión a cuatro bandas, plagada de gritos y reproches, que culmina -la mujer lo sabe bien- con dos disparos que, inesperadamente, siegan la vida de ambos protagonistas.

Escena final: caídos juntos en el suelo, las manos enlazadas, un postrer “te quiero” gemido a duras penas. Bajada del telón y estruendosos aplausos de la concurrencia.

La mujer aprovecha que el público se pone en pie, vitoreando enfervorizado, para escurrirse desde su asiento hacia la puerta de salida. Confia en estar fuera del edificio cuando, al otro lado del cortinaje de terciopelo bermellón, se desate el caos.

Mientras baja rauda las escaleras, puede verlo en su mente con toda nitidez: el elenco preparándose para saludar, los dos tortolitos inmóviles en el suelo, la sangre empezando a aflorar bajo los cuerpos, los chillidos histéricos, la llamada a emergencias. Cuando la policía se presente en su casa para informarle de que su esposo ha fallecido en un trágico accidente con las pistolas de atrezo del teatro, se mostrará debidamente confusa, sorprendida y afligida, en ese orden. Después de vivir más de veinte años con un actor, algo se le ha tenido que pegar.

Al salir a la calle por una de las puertas laterales, más discretas, echa un vistazo para comprobar que nadie se ha fijado en ella antes de enfilar el trayecto de diez minutos a pie hasta su hogar. Y de camino, dos balas de fogueo se deslizan entre sus dedos para rebotar, con un sonido metálico, hacia las oscuras profundidades de una apartada alcantarilla.

Primer Premio de Relato Corto en el II Certamen "Mecenas Legionensis" (Asociación Cultural Promusicantes, León), octubre 2023

lunes, 2 de octubre de 2023

DESTINOS OPUESTOS

Nacieron del mismo destello: dos rostros igual de inocentes, dos sonrisas igual de radiantes, dos pares de alas igual de blancas. Después, el correr de los siglos fue tiñendo las de uno de ellos de un gris ceniza que acabó derivando en una negrura más densa que la noche de los tiempos. Con la cabeza gacha para no revelar el odio que destilaban sus ojos llameantes, abandonó el hogar paterno sin visos de retorno.

Cuentan los ancianos que, en las noches de tormenta, es su cólera la que rasga el cielo y su alarido el que retumba, ominoso, mientras su hermano derrama por él infinitas lágrimas.

Finalista mensual en el Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (septiembre 2023)