miércoles, 27 de diciembre de 2023

GUANTE BLANCO

Cuando adoptó a aquel gato callejero no esperaba que sus uñas fueran tan afiladas. Las marcas que le había dejado en la oreja izquierda y en el tobillo derecho le daban aspecto de grafiti gatuno. Pero ella seguía acariciando al huraño animal, convencida de que terminaría por rendirse y se tornaría un manso y ronroneante compañero. El gato, por su parte, no le quitaba ojo a la pulsera de oro que llevaba puesta la mujer: su amo le había prometido un gran tazón de leche con galletas si se la conseguía. El próximo arañazo iría directo al broche.

Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (diciembre 2023)

sábado, 23 de diciembre de 2023

EL NOVELISTA

Al fin había terminado la novela. Con el ceño fruncido por la concentración, pasó la mirada rápidamente por encima de la última escena que había escrito, en una postrera revisión de su coherencia antes de mandarle el documento a su editor:

El protagonista abre la caja fuerte; al descubrir la ausencia de las joyas de su esposa, sospecha de inmediato quién es el ladrón y, sin saber que éste se halla oculto tras las cortinas de la ventana, recibe dos disparos en la espalda cuando se dispone a telefonear a la policía; su corpachón cayendo sobre la alfombra con un ruido sordo pone el punto final.

Perfecto. Cerró el portátil con un suspiro satisfecho y se levantó de la silla.

Entonces su visión periférica detectó algo anómalo: giró la cabeza para constatar que su propia caja fuerte, empotrada en una de las paredes del despacho, tenía la puerta entreabierta. Al mirar dentro echó en falta los documentos que allí guardaba, sustituidos por un montón de joyas que no había visto en su vida refulgiendo sobre un fondo de terciopelo negro. Un susurro de telas le hizo darse la vuelta para contemplar, boquiabierto y ojiplático, a una absoluta desconocida, despampanante en su ajustado traje de noche, que salía de su dormitorio de soltero empedernido abrochándose unos largos pendientes mientras le reconvenía con resignada dulzura:

- ¿Aún no te has vestido, cariño? Llegaremos tarde, como siempre.

La escena era absurda y, sin embargo, le resultaba tremendamente familiar, como el negativo de un déjà vu. Su instinto le empujó a girarse hacia la ventana, pero fue demasiado lento: los dos disparos le alcanzaron en la espalda y no llegó a oír el ruido sordo de su corpachón cayendo sobre la alfombra.

Finalista del II Concurso de Relatos "Érase una vez Zaraletras" (diciembre 2023)

 

 

jueves, 21 de diciembre de 2023

PUNTO FINAL

Desde que aquella idea germinó en su cerebro, sus dedos parecían haberse adherido al ordenador, tecleando febrilmente día y noche, hilando la trama de una historia de intriga, amor y muerte a través de los siglos. Estaba convencido de que aquella novela iba a ser su consagración como escritor de éxito, y apenas podía esperar para verla terminada.

Por el camino, durante aquellos tres años de su vida en que apenas se había despegado de la silla, había perdido algunas cosas, unas más valiosas que otras: su mujer, sus amigos, algunos kilos, las ganas de fumar. También había ganado: unas cuantas dioptrías y un gato callejero que se había colado un buen día por el entreabierto balcón y se había apropiado del abandonado sillón de orejas.

Y ahora, tras un desenlace totalmente inesperado y espectacular, había puesto el punto final a la brillante frase que cerraba el argumento de manera perfecta. Ya podía descansar.

Apoyó la cabeza sobre los brazos y cerró los ojos. No oyó el eco del último latido en su pecho, ni el maullido lastimero del gato, ni el pitido del ordenador al borrar todo el disco duro ante la amenaza de un virus.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com" (Tema: "Se acabó la función"), diciembre 2023

lunes, 18 de diciembre de 2023

LA NUEVA CASA

Cuando la instalación eléctrica se puso a echar chispas, papá dijo que la casa nos recibía con fuegos artificiales. Cuando las cañerías chirriaron al paso del agua, papá dijo que era su canción de bienvenida. Cuando las temperaturas bajo cero nos pusieron los labios azules, papá encendió un buen fuego en la chimenea. Mi hermana y yo nos miramos, preocupadas: el traje rojo que papá guardaba en su saco no parecía ignífugo.

Publicado en la web de Adella Brac (Reto 5 líneas, diciembre 2023)

martes, 12 de diciembre de 2023

CUESTIÓN DE CARÁCTER

Lucifer mudó sin previo aviso en una gigantesca serpiente de mil cabezas que se retorcía escupiendo fuego. “Qué mal perder tiene”, “no le invitamos más”, mascullaban los arcángeles mientras la enfurecida sierpe, de un tremendo coletazo, partía en dos la mesa y lanzaba una lluvia de cartas de póker.

Ganador del XXII Concurso de Nanorrelatos "Escríbeme una foto" (Asociación Escritores en Rivas), diciembre 2023

 

lunes, 11 de diciembre de 2023

ADORNOS NAVIDEÑOS

Ernesto entró en el salón justo cuando yo terminaba de colocar en todo lo alto del abeto la estrella navideña. Su gruñido sordo me golpeó la espalda como un martillo en el yunque.

- No sé por qué te empeñas en utilizar todos los años los mismos adornos viejos y cutres. Desde que vivimos juntos no has puesto ninguno nuevo.

“A lo mejor ya va siendo hora”. Ese pensamiento se filtró en mi cerebro con total naturalidad y dejé que me empapase como la lluvia que caía suavemente al otro lado de la ventana.

La caja que había contenido los ornamentos reposaba a un lado, vacía: era el momento de revisar que todo estuviera en su lugar. Rocé con las yemas de los dedos una bola plateada salpicada de puntitos nevados. Siempre fui la favorita de la abuela, todos lo sabían. Di un leve toquecito con la uña a la bola contigua, de color gris oscuro y surcada de finas estrías horizontales. El abuelo también lo sabía y los celos se le escapaban por los ojos, arrugándole el rostro y el carácter. Acaricié apenas la bola verde que ocupaba la posición central. Mamá era mi confidente, mi aliada en aquella casa marcada por el odio. Pasé la mano de largo ante la bola azul marino aunque ardía en ganas de darle un buen empellón y estamparla contra el suelo. Pero me contuve, lo que tantas veces debería haber hecho papá y nunca hizo. Repasé uno a uno los adornos que colgaban de las ramas evocando un rostro, una mirada, una frase. Por último, como cada año, me detuve ante la estrella de la cima, que brillaba con luz propia, igual que la sonrisa de mi dulce hermanita, la que se nos fue con tan sólo seis meses de unas fiebres malignas. Le mandé un beso volador y la estrella se balanceó un instante al recibirlo.

Luego eché una mirada fugaz a Ernesto que, siguiendo su costumbre, se había apoltronado en el sofá y leía el periódico, sin dejar de mascullar sus críticas y quejas contra todos y contra todo. ¿En qué momento se me ocurrió enamorarme de semejante espécimen? ¿Tan ciega estaba yo o es que él había cambiado como de la noche al día? A estas alturas, la respuesta a esa pregunta me resultaba del todo indiferente. Hice una mueca de disgusto ante el color rojo chillón de su jersey -tejido por su madre, cómo no- y me dirigí a la cocina a ultimar los detalles de la cena: nuestros invitados no tardarían en aparecer.

Cuando las dos parejas de amigos llegaron, les extrañó no ver a Ernesto en su lugar habitual del sofá. Su insistente curiosidad sólo obtuvo como resultado la concisa declaración por mi parte de que ya no le verían más. Todos asumieron que habíamos roto y yo no les contradije.

Tras una primera copa y un poco de charla insustancial, me dispuse a servir la cena de seis para los cinco. Al salir de la cocina con la bandeja del pavo asado a las hierbas, el favorito de Ernesto, una invisible ráfaga de aire agitó con violencia la nueva bola que colgaba en la parte más baja del árbol, la de color rojo chillón.

Publicado en la revista electrónica "Papenfuss" (Especial de Navidad, diciembre 2023)

martes, 5 de diciembre de 2023

SUEÑOS DE PAPEL

Sebastián no era sociable. Ya de niño, sus padres se habían resignado a que pasara todas las tardes solo, encerrado en su cuarto. No le gustaba salir con amigos, de hecho nunca había llevado a casa a ningún chico de su edad al que se pudiera aplicar ese calificativo. En el instituto, ninguna de las conversaciones de sus compañeros conseguía captar su interés: ni los últimos videojuegos del mercado, ni el estreno de una nueva película de acción, ni los encantos de tal o cual muchacha.

Con motivo de las comidas familiares en las que se reunían primos y abuelos, tíos y hermanos, él siempre hacía el obligado acto de presencia; su figura desgarbada deambulaba brevemente entre los invitados y, al menor despiste, ya había desaparecido y no se le volvía a ver el pelo. Su madre le disculpaba con estoica sonrisa: “tiene que estudiar” o “le duele la cabeza”, pero todo el mundo pensaba que era rarito.

Incluso él se sentía rarito. Encerrado en los limitados confines de su cuarto, no tenía más que mirar por la ventana para soñar mundos insólitos; podía imaginar criaturas a cuál más fantástica tan sólo contemplando las siluetas que el atardecer sombreaba en las paredes; si cogía un lápiz y un papel, era capaz de esbozar complejas máquinas tan inútiles como fascinantes o de diseñar edificios imposibles. Sebastián era consciente de su terrible soledad pero no conseguía reunir el valor necesario para salir de su caparazón en busca de un alma gemela que, en el fondo, sabía inexistente.

Pasaron los años y Sebastián, que se negaba a ser una carga para sus padres, se planteó buscar un empleo que le proporcionase independencia, tema bastante complicado dadas sus nulas habilidades sociales. Así, empezó a acudir a entrevistas de trabajo en las que, invariablemente, la etiqueta de “rarito” que le acompañaba desde la infancia resurgía una y otra vez, no plasmada en palabras pero sí planeando sobre su cabeza como un pájaro de mal agüero. A veces, a Sebastián le entraban ganas de lanzarle al imaginario pajarraco un zapato o un pisapapeles, pero era muy consciente de que eso empeoraría aún más la situación y no quería que la etiqueta mudase de “rarito” a “chiflado”, así que soportaba estóicamente los graznidos burlones que sólo él escuchaba y se conformaba con la callada satisfacción de pisar la sombra de las alas del fastidioso ave al caminar.

Después de cada reunión fallida, Sebastián deambulaba por las calles hasta el anochecer y, cuando el sol se zambullía tras los edificios, enfilaba hacia un club de jazz: siempre le tranquilizaba sentarse frente a un capuccino y un pedazo de tarta mientras escuchaba la actuación de turno. Había descubierto el local por casualidad y, tras sucesivas visitas, había llegado a aficionarse hasta el punto de que muchas noches pedía una segunda ración de tarta y se quedaba también al pase siguiente. Los camareros tenían mucho trabajo y no se detenían a conversar con él más que lo justo para ser amables, lo cual Sebastián agradecía infinito: allí su timidez pasaba desapercibida, incluso le parecía que se difuminaba un tanto con cada nota de aquella música profunda y aterciopelada. Y, de vez en cuando, algún toque de trompeta especialmente sonoro o un redoble de platillos más vibrante de lo habitual hacían estremecerse al pajarraco que, incapaz de superarlos con sus graznidos, echaba a volar y lo abandonaba. En esos fugaces momentos, Sebastián era como el resto de la gente, no se sentía distinto, y podía atisbar esa normalidad que le había sido negada desde la cuna.

Y fue durante una de esas noches de concierto, con el contrabajo punteando los delicados matices de una tarta de queso y el saxo resbalando suavemente sobre su eterno capuccino, cuando hizo el descubrimiento. Jugueteando con una inocente servilleta de papel, la mente puesta en la música, los pies llevando el ritmo contra el suelo, sus dedos desplegaron una sorprendente e insospechada habilidad: la de transformar un simple pedazo de papel en un sencillo barquito. Intrigado, tomó una servilleta nueva y la llenó de dobleces al azar, sin ninguna intención concreta, dejándose llevar por la melodía que flotaba en sus oídos. Al terminar, uniendo los laterales, tirando de las esquinas y aplicando presión en el centro, surgió de aquel confuso maremágnum la silueta algo tosca pero perfectamente identificable de un cisne.

Asombrado y emocionado a partes iguales, aplicó todas sus energías desde ese instante a su nuevo talento. Compró montones de papel de distintos tamaños, texturas y colores, y se sumergía a diario en una febril actividad, recortando, doblando, dando forma. Sin embargo, en su casa no conseguía que ninguna de aquellas cuartillas tuviese una apariencia reconocible, tan sólo las figuritas que confeccionaba en el club, a golpe de tarta y de jazz, llegaban a buen puerto. Poco a poco, los camareros y algunos clientes habituales comenzaron a interesarse por su afición, preguntándole quién le había enseñado o cuánto tiempo dedicaba a practicar. Sebastián no respondía pero a cada uno le regalaba una de sus creaciones: a éste un elefante, a aquél un dinosaurio, el aparcacoches le pidió una mariposa para su novia y la jefa de repostería, un pajarito para su hijo pequeño. Un camarero le mostró al encargado el caballito de mar que Sebastián le había hecho una noche de red velvet y clarinete, y el encargado se sentó a charlar con el muchacho, aunque apenas logró arrancarle algunos monosílabos. El resultado de aquella conversación -soliloquio, más bien- fue que Sebastián obtuvo una mesa permanente para disfrutar de cuantos capuccinos, tartas y conciertos gustase, a cambio de decorar el local con sus figuritas de papel.

Pronto, cada centímetro del recinto estuvo cubierto de una frondosa selva de plantas exóticas habitada por todo tipo de animales, reales y fabulosos, grandes y pequeños, a rayas y de lunares, rosas, verdes y azules. Aquello ya no era un club de jazz, era todo un cosmos pletórico de vida. Vida de papel.

Los camareros servían las copas esquivando a la manada de ciervos que correteaban entre las mesas, todas ellas engalanadas con flores diferentes. Sobre la barra, una jirafa masticaba con parsimonia las hojas que colgaban en racimos del mostrador de las botellas, ignorando impávida a un par de ranas que chapoteaban bajo el grifo de la cerveza. Varias ardillas de enorme cola se perseguían sin tregua, subiendo y bajando por todas las sillas del local, vacías o no, con el consiguiente regocijo de sus ocupantes. Tampoco el escenario se libraba de esta invasión: una familia de conejos de largas orejas dormitaba a la sombra del baobab que ahora ocupaba toda la parte trasera, y una pandilla de monos, encaramados sobre el piano, saltaban entre chillidos hasta que el tigre que tomaba el sol arrellanado junto a las cristaleras los dispersaba con un potente rugido cuando aparecían los músicos.

Sebastián abrió las manos y dejó que un dragón recién terminado desplegara sus alas, se elevase directo hacia el techo y ejecutase un par de impecables piruetas antes de descender en picado hasta posarse en el hombro del pianista, justo cuando éste pulsaba la última nota de una animada melodía. El hombre le guiñó un ojo a Sebastián mientras el dragón saludaba con una reverencia al público, que aplaudía a rabiar la actuación y las acrobacias.

Sebastián sonrió, feliz. Estaba exactamente donde quería estar, rodeado de sus criaturas, en su propio mundo. Su mundo de jazz y de papel.

Finalista del IV Certamen de Relato y Poesía de Encinas Reales (noviembre 2023)

domingo, 3 de diciembre de 2023

DELIRIOS DE GRANDEZA

Anoche soñé que volvía a Manderley... No, espera, creo que eso ya está escrito. Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son... Mierda, eso también me suena haberlo leído en alguna parte. Probemos en inglés: I have a dream... Huy, esa creo que tiene hasta una canción. En fin... (arrugo el papel lleno de tachones y lo lanzo a la papelera, sin encestar, por supuesto, está claro que hoy no es mi día). Me voy a echar a dormir, a ver si con un poco de suerte sueño que soy un gran escritor y las musas me dictan una obra maestra.

Estruendosos ronquidos inundan la habitación. Calíope menea la cabeza, exasperada, y hace mutis por el foro.

Ganador mensual del Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (diciembre 2023)

viernes, 1 de diciembre de 2023

SÓLO ES ATREZO

- No me fastidies, ¿es que no la podéis hacer un poco más grande?

El director suspiró. A esas alturas de la película, el presupuesto iba ya muy ajustado y no estaban para malgastar tiempo y dinero en rehacer el atrezo.

- Venga hombre, no exageres, que no es para tanto.

César, protagonista absoluto y héroe indiscutible de la película, se giró hacia él. Sus ojos, muy abiertos bajo las cejas arqueadas, echaban chispas.

- ¿Que no es para tanto? Tú sabes que tengo claustrofobia. No pienso meterme ahí.

El director se mordió la lengua y adoptó un tono paciente y calmado, aunque bien sabía Dios lo que le estaba costando contenerse.

- Van a ser apenas unos segundos, en serio. Llegas a la carrera, las balas silban a tu alrededor, no estás para perder el tiempo. Te zambulles en la esfera, la puerta se cierra, cortamos la toma y te sacamos.

- Lo de “la puerta se cierra” no me convence nada -masculló César, entre dientes. Sus ojos seguían relampagueando peligrosamente-. ¿No se puede quedar abierta?

El director se pellizcó el puente de la nariz con dos dedos, tratando de reunir los últimos jirones de su concentración, que había mermado considerablemente desde el inicio de aquella discusión con su estrella.

- A ver César, cómo te lo explico. ¿Funciona tu lavadora si dejas la puerta abierta? No, ¿verdad? Pues una máquina del tiempo tampoco.

- Pero esta es de mentira, caramba, podría funcionar con la puerta abierta, como la nevera.

El director chirrió los dientes y, con un gesto de la mano, dio por zanjado el debate.

- No se hable más. Vas a entrar ahí, se va a cerrar la puerta y no va a pasar nada. ¿Estamos?

César dio media vuelta y se alejó rezongando. El director suspiró una vez más antes de enfocar su atención en otra cosa.

Al fin, todo estuvo dispuesto y el consabido “¡Acción!” resonó en el plató, seguido de inmediato por la llegada de César, que huía veloz de sus perseguidores. Sólo el director advirtió la mínima fracción de segundo que el intrépido aventurero dudó antes de arrojarse de cabeza al interior de aquella reluciente esfera, cuya puerta se cerró con un ominoso “clac”.

Un “clac” que resonó como un disparo de obús del quince en el cerebro de César, que sintió cómo la súbita oscuridad le aferraba y le engullía. Manoteó desesperado, asfixiándose, hasta que sus dedos localizaron por fin una manilla, que cedió y le permitió abrir la puerta. Boqueando, se lanzó al exterior y se revolvió para patear la maldita esfera. Pero lo que chocó contra su pie no fue una bola de metal pulido sino un recio armario de madera oscura.

César parpadeó, confundido. “¿Qué demonios....?” Miró a su alrededor, buscando al director para reiterar sus protestas, pero todo el equipo técnico había desaparecido. No quedaba nadie: estaba solo en una estancia sombría, de la cual hasta los colores parecían haber huido, dejando atrás únicamente el blanco y el negro. Caminó hasta la puerta y, al otro lado, halló una sala lujosamente decorada en la que un hombre de pelo engominado le calzaba un soberbio bofetón a una rubia en traje de noche. “Perdón”, murmuró, casi para sí mismo, mientras cerraba de nuevo la puerta y se dirigía al único ventanuco de la pared opuesta. Limpió con la mano el polvo del cristal y pudo vislumbrar entre la niebla a un tipo con gabardina y sombrero caminando junto a un gendarme bajito mientras una avioneta se elevaba en el cielo nocturno.

A toda prisa, César regresó a la puerta, rezando para que el hombre y la rubia hubieran terminado su tête-à-tête, y se encontró con que el salón de fiestas había mutado en una regia escalinata curva por la que descendía una mujer envuelta en una túnica y rodeada de policías. Desconcertado, se las compuso para escabullirse entre aquella pequeña multitud y salir al exterior, donde estuvo a punto de ser atropellado por una pareja que hacía eses montada en una vespa. Al saltar a un lado para esquivarles, se golpeó con algo rígido. Unos gritos le hicieron volverse para contemplar, atónito, cómo una mujer con un ridículo sombrerito se balanceaba en el extremo superior de una escalera de mano mientras un hombre con bata blanca trataba de ayudarla desde lo alto del esqueleto de un enorme dinosaurio. Y, detrás de tan singular escena, en la lejanía, pudo distinguir un imponente edificio en cuya cúspide se agitaba un gigantesco simio, lanzando manotazos a diestro y siniestro para espantar los avioncitos que lo acosaban.

César sintió un nudo en el estómago. “Me estoy volviendo loco”, pensó, aterrado, y echó a correr sin rumbo, hasta que unas lianas que colgaban de ninguna parte le cerraron el paso. Un peculiar alarido resonó muy cerca, justo antes de que un salvaje en taparrabos cruzase ante él trotando a lomos de un elefante. Aquello fue demasiado: César soltó un chillido y se giró tan bruscamente que perdió el equilibrio y cayó dentro de una bañera. A través de la cortina de agua que salía de la ducha vio un cuchillo descendiendo veloz hacia él y, con un último aullido desgarrador, se desmayó.

Unas voces repitiendo su nombre con insistencia fueron abriéndose paso, poco a poco, en su consciencia. Parpadeó, aún aturdido, y cuando consiguió enfocar la vista comprobó que allí estaba de nuevo el plató, con toda su parafernalia de cámaras, focos, operarios... y el armario volvía a ser una esfera metálica. Apartó de un manotazo al director, que le palmeaba el rostro con ahínco, se incorporó y suspiró, aliviado, al mirarse la ropa: los colores también habían regresado, gracias a Dios. Miró alrededor con una gran sonrisa, le alegraba tanto estar de vuelta que todo le parecía maravilloso.

Todo, menos aquella máquina infernal. Extendió hacia ella un dedo acusador y sentenció:

- La pago yo, pero ya me estáis haciendo otra maquinita más grande, a ser posible con ventana. Y que no tenga forma de armario, por favor. 

Finalista del VIII Premio de Relato Breve "La Gran Ilusión" de los Cines Renoir (noviembre 2023)

jueves, 30 de noviembre de 2023

TODAS LAS PRECAUCIONES SON POCAS

Coloco ambas manos sobre el reborde de la tapa del ataúd y, lo más disimuladamente que puedo, tiro de ella con fuerza para comprobar que está bien sellado. Luego, con la excusa de besar la cruz que adorna su parte superior, pongo la oreja sobre la madera para cerciorarme de que ningún sonido escapa de su interior. Me parece percibir cierta trepidación, pero tan ligera que no creo que nadie más vaya a darse cuenta. Aún así, apremio al sacerdote para que abrevie el responso y se lo lleven cuanto antes al crematorio. A ver si la vamos a fastidiar en el último momento, con lo que me ha costado meterlo ahí.

Ganador XI Certamen de Microrrelatos Fantásticos y de Terror de Sants (noviembre 2023)

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Concurso CUENTA140 de la revista "EL CULTURAL" (tema: el azúcar)

“Señoría, ella mató a su marido con una sobredosis de azúcar”. El juez la declaró inocente, extasiado por aquella sonrisa tan dulce.

Ganador semanal (27 noviembre 2023)

 “Eres tan dulce que te comería”. Cuando la policía entró en la casa, sólo quedaban los huesos.

Finalista semanal (27 noviembre 2023)

martes, 28 de noviembre de 2023

UN BUEN ESCONDITE

La rata asomó el hocico por detrás de la pata de la mesa y sonrió, una sonrisa que pretendía ser afable y amistosa: al fin y al cabo, su única intención era tranquilizar a su involuntaria casera. Pero lo que vio la buena mujer en el rostro de aquel bicho inmundo fue una mueca taimada y agresiva, así que agarró una escoba y comenzó a perseguirla por toda la habitación, escobazo va y escobazo viene, mientras chillaba como una posesa.

Cuando el animalillo, harto de esquivar los embates del enojoso artefacto, consiguió al fin escabullirse por el agujero del muro y ponerse a salvo, decidió que aquella maldita bruja no se merecía para nada su ayuda, y que ya le podían ir dando morcillas. Se instaló cómodamente en el montón de billetes que inundaban su madriguera, dispuesto a dormir una buena siesta, que bien se la había ganado.

Y dejaría que la vieja siguiera revolviendo en vano armarios y cajones, en busca de la pequeña fortuna que escondió su difunto marido. 

Publicado en el libro recopilatorio del 5º Concurso de Microrrelatos "Círculo Creativo" (Fundación Círculo Burgos), noviembre 2023

sábado, 18 de noviembre de 2023

FORMULA UN DESEO

El rotundo golpe de la puerta al cerrarse es una puñalada que me desgarra el corazón. Me meto en la cama y me tapo la cabeza con el edredón, decidido a negar que te has marchado para siempre, convencido de que mi vida carece por completo de sentido si tú no estás en ella, esperando contra toda esperanza que mañana por la mañana, al despertar, tu cuerpo tibio se encuentre de nuevo enroscado bajo las sábanas, a mi lado.

Publicado en la web de Adella Brac (Reto 5 líneas, noviembre 2023)

viernes, 17 de noviembre de 2023

JARDINERO IMPROVISADO

Nada más llegar a casa, extrajo con sumo cuidado de la mochila el tesoro que le habían confiado. Con una sonrisa ilusionada y un dulce canturreo, lo plantó en una maceta que tenía en el balcón. Enseguida, vio cómo echaba profundas raíces en la tierra fértil, y empezaba a crecer y a verdear. Puso todo su cariño y paciencia en cada riego, hasta que una multitud de flores exóticas surgieron en tromba de su cabellera. Entonces, con un susurro de campanillas, la muchacha le comunicó que estaba lista para abandonar la maceta y regresar a su planeta.

Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (noviembre 2023)

jueves, 16 de noviembre de 2023

GOLPE DE TIMÓN

Sin talento no hay nada que hacer”, había dicho el director del conservatorio, tajante. Pero mi padre se empeñó en que el tesón y la práctica podían sustituir al genio y, durante los diez años siguientes, me tuvo encadenada al piano día y noche. Yo hurtaba todo el tiempo que podía a las malditas teclas para cultivar mi auténtica pasión, en la que por fin pude volcarme cuando fracasé estrepitosamente en la audición de ingreso. Aún me provoca una sonrisa recordarlos a todos levitando por la sala de música mientras yo corría, feliz, hacia la escuela de magia.

Finalista mensual del III Concurso de Microrrelatos sobre Talento FUNDAE - Capital Radio (octubre 2023)

lunes, 13 de noviembre de 2023

CORTAR POR LO SANO

Diferentes planes de huida a París se desparramaban sobre la mesa, junto al contrato de alquiler de un apartamento a su nombre en la Rue de Rivoli. Las maletas, llenas a rebosar y pulcramente etiquetadas, aguardaban con paciencia en el recibidor. Disimulé mi rechinar de dientes tras una sonrisa que me esforcé por dibujar afable y comprensiva, aunque me quemaba los labios. Él parloteaba, entusiasmado, despidiéndose con el esbozo de un beso lanzado al aire. Cuando salió a la calle y marcó el número de ella en su móvil, me alegró el día su perplejidad al oír el estúpido tonillo surgiendo del maletero de mi coche.

Finalista Relatos En Cadena (noviembre 2023, semana 8)

miércoles, 8 de noviembre de 2023

LÁGRIMAS DE SAL (micropoema)

El viejo en la playa, espera: ya dejó de navegar,

sus canas ahítas de viento, espumas y sal.

Padre, yo cogeré el timón, y las redes y el arpón”.

El viejo, en la playa, espera,

del alba al anochecer y bajo la luna llena.

Los demás ya regresaron, ¿dónde estás?”

Con las sirenas, padre, que me enredé en su cantar”.

El viejo, en la playa, espera;

sus canas lloran. Lloran lágrimas de sal.

Finalista en el I Certamen de microrrelatos y micropoemas "Narrando el Ayer" de la Red de Bibliotecas y Archivos del CSIC (noviembre 2023)

domingo, 5 de noviembre de 2023

ÚLTIMAS VOLUNTADES

Ahora que te has ido, he regresado al viejo Parador donde nos conocimos. He pedido la misma habitación y he permanecido durante días sentado en el balcón, contemplando una tras otra las puestas de sol, recordando aquella en la que tú me besaste y yo te besé y sellamos con aquel beso nuestro amor eterno. Hoy que acaba la semana bajo a la playa con una manta bajo el brazo, la extiendo sobre la arena y asisto a mi último ocaso. Mientras me voy internando en el agua helada, rezo porque tu marido cumpla tu postrer deseo y esparza tus cenizas sobre este pedazo de mar: así, podremos estar juntos de nuevo.

Finalista mensual en el Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (octubre 2023)

lunes, 23 de octubre de 2023

ESTRATEGIA A LARGO PLAZO

Hemos vivido en este edificio por miles de años: conocemos cada ladrillo, cada teja, cada fisura en la piedra del suelo. Hemos llorado con él cuando la lluvia gotea desde sus canalones, hemos suspirado con él cuando el viento susurra entre la hiedra que cubre su fachada, hemos respirado con él cuando el humo de sus chimeneas amenaza con asfixiarnos a todos. Y ahora, unos recién llegados pretenden arrebatarnos nuestro hogar ancestral con el pretexto de que los duendes no existen. De momento, nos hemos diseminado por los jardines fingiendo ser meras estatuas de escayola pintada, mientras planeamos la manera de echar de aquí a estos malditos humanos.

Finalista Relatos En Cadena (octubre 2023, semana 6)

sábado, 21 de octubre de 2023

EL HOMBRE QUE VINO DE MONTANA (Yincana Literaria)

Este verano, el Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés propone un divertido ejercicio para los aficionados a la escritura: la Yincana Literaria de Timothy Blot. Cada día, desde el 11 al 31 de agosto, se proporcionan unas condiciones que debe cumplir un microrrelato de 210 palabras como máximo. Se permite que sean relatos independientes, pero se prefiere que sea una única historia con un hilo común, que es la opción que yo elijo. Y este es el resultado (en mayúsculas figuran las palabras o frases o personajes que deben incluirse cada día en la historia; el último capítulo debía ser un texto monovocálico).

 

 EL HOMBRE QUE VINO DE MONTANA

1: EL PUEBLO

En lo más crudo del crudo INVIERNO, el pueblo se queda incomunicado. La nieve cubre los tejados, las calles, los campos, la ribera del río y el viejo puente de piedra. Nadie se atreve a salir por miedo a que uno de los carámbanos que cuelgan de los aleros tintinee en exceso y, al caer, lo atraviese de arriba a abajo como si fuera un pincho moruno.

De cuando en cuando, una panda de chiquillos inquietos y alborotadores toma al asalto la cuesta que baja de la iglesia: embutidos en gruesos gorros de lana y provistos de trineos, juegan a deslizarse sobre la blanca superficie hasta que comienza a oscurecer y, con las últimas luces, tienen que regresar a casa con los dedos y los cerebros congelados.

El resto, no abrimos la puerta más que para sacar un brazo dos veces por semana y recoger la cesta con el pedido que el tendero deja rezongando en el umbral. Ni siquiera las RATAS se atreven a asomar los bigotes hasta que, ya bien entrado el mes de abril, el cielo se desprende de su manto plomizo para volver a pintarse de un AZUL brillante y primaveral.

2: EL EXTRANJERO

En estas rigurosas condiciones climatológicas, una mañana temprano me despertaron unos inusuales ruidos en el jardín. Espiando entre las cortinas del dormitorio logré vislumbrar, tras el ALIBUSTRE cubierto de nieve, una silueta alta y fornida, tocada con un sombrero como los de John Wayne en las películas del oeste que tanto me gustaban de pequeña. El resto de su persona se confundía con el matorral, ya que la nevada también había cuajado en sus ropas. El sombrero ostentaba igualmente una gruesa capa de un blanco níveo pero su forma resultaba inconfundible.

Bajé a toda prisa y abrí una rendija de la puerta principal, preguntando a voces al extraño quién era y qué quería. Él me contestó, con un fuerte acento, que se llamaba John Smith, que procedía de MONTANA y que era experto en labores de FONTANERÍA.

Debido a las últimas heladas, mis cañerías no funcionaban todo lo bien que debieran así que pensé, "qué demonios, a lo mejor el tipejo este me puede hacer un apaño" y, aunque no me daba muy buena espina su intempestiva aparición, abrí del todo la puerta para recibirlo en mi humilde casa con los brazos abiertos. Metafóricamente, por supuesto.

3. INTERCAMBIO DE INFORMACIÓN

Al entrar en la casa, John Smith se despojó del sombrero vaquero y del abrigo empapado. Como buena anfitriona, improvisé un piscolabis a base de restos del día anterior y algunas exquisiteces que guardaba en la despensa para una ocasión especial.

Mientras se ponía MORADO, el hombre me contó que se dedicaba a domar CABALLOS allá en Montana y que, harto de los fríos inviernos de su tierra, había decidido cambiar de aires. Una familia de excursionistas le había hablado maravillas del clima español, por lo que había liado el petate y se había lanzado a cruzar el charco. Desembarcado en La Coruña, iba atravesando la península camino de Levante, donde esperaba encontrar menos nieve y más sol.

Yo le recomendé el pueblecito costero donde veraneaba mi hermana todos los años mientras le ofrecía una generosa ración de tarta de manzana casera.

Smith me agradeció la comida y la información y luego me preguntó por las diversiones del pueblo. Yo me eché a reír: más allá del BINGO de los viernes en la iglesia y del baile de los domingos en el ayuntamiento, nuestro mayor entretenimiento consistía en ver pasar a la gente por la calle. Y ahora con la nevada, ni eso.

4: LOCALIZANDO EL PROBLEMA

Smith miró a través del cristal de la ventana. Nevaba otra vez y hacía un FRÍO del carajo. Entre los BLANCOS copos alcanzó a distinguir a los CINCO chiquillos del trineo que hacían de nuevo de las suyas en la cuesta de la iglesia, en medio de un jubiloso griterío. Por un momento, la mirada del hombre adquirió un tinte LEJANO, como si añorase su hogar, allá en Montana, pero enseguida se repuso y, con su peculiar acento y una gran sonrisa, exclamó: "¡vamos a echarle un vistazo a esas cañerías!".

Smith revisó una por una todas las tuberías del interior de la casa, sin encontrar problema alguno. "Lo que me temía", murmuré con un escalofrío, "hay que salir". Nos abrigamos bien y nos dirigimos al CUADRANTE superior izquierdo del patio: allí, junto a una mata de azaleas sepultada bajo la nieve, estaba la entrada general de agua de la casa. Smith apartó la tapadera metálica que la cubría y emitió un silbido. "Está totalmente congelada", sentenció con aire experto.

5: FIASCO

"Y ahora qué hacemos?", pregunté un poco espantada. Hasta ese momento las cañerías habían funcionado mal que bien, pero si la tubería de entrada estaba helada por completo, ya podía despedirme del agua corriente. Y a esas alturas y con dos palmos de nieve, no me veía yo con el botijo a cuestas camino de la fuente de la plaza, ni siquiera aunque pudiera ATROCHAR por los callejones.

Pero mi CONSPICUO invitado puso cara de entendido y, sacando tres dedos de la mano derecha, declaró: “necesito GAMBAS, aceitunas y vino blanco”. Cómo supo lo que había en la nevera sigue siendo un misterio para mí a día de hoy. En cualquier caso, me apresuré a traérselo todo, intrigada por averiguar cómo iba a resolver el problema con aquellos insólitos elementos. La solución me dejó más helada que el suelo del jardín: el tipo se dedicó a zamparse las aceitunas y a beberse el vino a gollete mientras aguardaba a que las gambas, que había colocado junto a la tubería, resucitaran por arte de magia y ejercieran de expertas fontaneras.

Ante semejante guasa, le lancé un tremendo directo a la mandíbula y, agarrando el plato con las gambas, me volví a casa y lo dejé allí despatarrado.

6: ENCERRADO AFUERA

No habían transcurrido ni diez minutos cuando unos sonoros golpes estremecieron la puerta de arriba abajo. ¡Ja! Si Smith se creía que iba a volver a acogerlo en mi SOFÁ como si tal cosa y a cederle mis gambas, iba listo. Ya podía seguir su camino hacia el soleado Levante o volverse por donde había venido, de regreso a sus MONTAÑAS nevadas allá en Montana, me daba exactamente igual.

Los golpes duraron un buen rato pero, al fin, cesaron. Esperé más de media hora a ver si optaba por derribar la puerta o romper algún cristal, o incluso por gimotear suplicando mi perdón. Nada. Ya estaba empezando a pensar que se había quedado dormido en el suelo y se había congelado abrazado a la botella de vino, cuando un susurro afuera me empujó a cotillear entre las cortinas, como aquel primer día cuando Smith apareció. Y, para mi sorpresa, le vi despejando el camino de nieve con una PALA que debía haber sacado del cobertizo del jardín. Cantaba mientras trabajaba, como los presos de las películas de su país natal, y sus músculos tensaban la tela de su camisa a cada paletada. Entonces fue cuando caí en la cuenta del magnífico cuerpazo que tenía.

7: ENCERRADOS ADENTRO

Mi enfado se diluyó como un muñeco de nieve bajo el tórrido sol veraniego. Sólo podía pensar en aquellos brazos musculosos manejando la pala, en aquel pelo revuelto, en aquella sonrisa socarrona que me empeñaba en adivinar en su rostro. Cuando Smith llegó hasta la acera y se incorporó, triunfante, sentí ganas de aplaudir. Él debió intuir mi escrutinio porque se giró y, aunque me apresuré a dejar caer las cortinas, su sonrisa -socarrona, cómo no- me caló hasta el tuétano.

Corrí escaleras abajo y le abrí la puerta. En agradecimiento por su espontánea labor de quitanieves, le ofrecí una bebida caliente: café, té, manzanilla... eligió chocolate. Preparé varios litros y le serví una taza tras otra hasta que, riendo, agitó las manos:

―NO QUIERO MÁS CHOCOLATE, CARIÑO.

Aquel “cariño” dicho con su peculiar acento de Montana me derritió las piernas, que llevaban ya un buen rato gelatinosas, y me hizo arrojarme a sus brazos sin dilación. Y sin dilación, John -no más “Smith”- corrió escaleras arriba conmigo a cuestas hasta el dormitorio, clausurando con un sonoro portazo el capítulo de nuestras desavenencias. Esa noche AVANZAMOS POR EL FILO SIN MIRAR ABAJO, conscientes de que sólo importaba la comunión de nuestros cuerpos fundidos en uno solo empañando las ventanas.

8: EL DESPERTAR

A la mañana siguiente, cuando conseguí resurgir de las dos horas escasas de sueño que me había agenciado aún no sabía cómo, me encontré a John sentado en la cama, totalmente desnudo, fumándose un PITILLO con toda la calma del mundo. “Hola, cariño” me saludó con sonrisa pícara: me temo que aún recordaba mi reacción del día anterior al oír de sus labios esa palabreja. Yo fingí una tranquilidad que no sentía y luché por apartar la mirada de su cuerpo perfecto, sin demasiado éxito, a decir verdad. En ese momento me sentía flotando en una nube, suave como una CREMA catalana antes de tostarle la capa de azúcar y tan dulce como ésta.

La noche había sido movidita: John había explorado hasta el último CUADRANTE de mi piel sin dejarse ni un sólo milímetro, y me había colocado en posturas que jamás se me habrían pasado por la imaginación para hacerme cosas con las que ni me habría atrevido a soñar en mis fantasías más descabelladas. Todavía no me explico cómo no me dio un JAMACUCO.

9: PECULIARIDADES

Miré el reloj: las NUEVE en punto. ¡Qué tarde!

Las NUEVE horas que John me había tenido entretenida (muy, pero que muy entretenida) hacían que mi cuerpo crujiese y chirriase por todos lados al levantarme de la cama. Aquella sonrisa socarrona seguía colgada de sus labios, igual que el pitillo. Miré el cenicero: ¡NUEVE colillas! ¡¿Cómo era posible?!

Abrí la ventana para dispersar el tufo a tabaco -teníamos que hablar seriamente: si pensaba quedarse más de NUEVE días conmigo iba a tener que dejar ese feo vicio- y aspiré con gusto el aire helado. Enseguida, un escalofrío me devolvió a la realidad: afuera había, al menos, NUEVE centímetros de nieve y el termómetro marcaba NUEVE bajo cero, así que cerré de nuevo y bajé a preparar el desayuno.

Yo tomé solo un café pero John acompañó el suyo con NUEVE tostadas cubiertas de abundante mantequilla y mermelada: el ejercicio le había abierto el apetito. Además, comía a toda velocidad: tan sólo eran las NUEVE y media, y ya había dejado el plato limpio. Debo reconocer que me gustan los hombres con buen apetito. Y esos músculos... Un arrebato me llevó a sentarme sobre sus rodillas y a plantarle en plena boca un beso de tornillo de NUEVE minutos.

10: CONFIDENCIAS

“CUANDO SALÍ DE LA CÁRCEL”, comenzó a relatar John en un arranque de sinceridad, tras conseguir liberar su boca de la mía con no pocas dificultades, “nadie confiaba en mí. Sólo veían a un ladrón de caballos, ya ves, yo que los amaba como a nada en el mundo, que les había dedicado mi vida, que era honrado a carta cabal desde que nací. Eso me lo inculcó mi padre y no le habría defraudado por nada del mundo.”

Yo seguía sentada en sus rodillas, mis brazos enlazando su cuello, y permanecía muy atenta a cada una de sus palabras, porque me fascinaba no sólo aquél acento tan suyo sino también su historia: quería saber más de él, mucho más, todo lo que él quisiera contarme. Y parecía que este era el momento de las confidencias. John me miró a los ojos, muy serio.

“Por eso decidí marcharme de allí, para olvidarme de todo y de todos, para emprender una nueva vida, para poner fin a esa pesadilla que me robó nueve años de mi vida. Ahora espero haber encontrado aquí, junto a ti, mi nuevo PRINCIPIO”.

11: ¡ALEGRÍA!

Esa declaración me puso los pelos como escarpias, la piel de pollo remojado y unos ojos que parecían el estanque del Retiro, como mínimo.

"Qué romántico, John", acerté a balbucear antes de volver a pegar mis labios a los suyos con una intensidad que más que un beso parecía una de esas batallas épicas que cualquier TEBEO de superhéroes que se precie debe incluir antes del consabido "continuará", palabreja que a todos nos ha hecho tildar a los autores, en algún momento, de GUSANOS o incluso de cucarachas, al vernos abocados a esperar al siguiente número para averiguar cómo se resolvía el asunto.

Por fin, John logró apartarse de mí los milímetros suficientes para murmurar contra mi boca: "tengo sed". Yo di un salto digno del mejor canguro y corrí a la despensa. Según recordaba, aún quedaba alguna botella de vino de aquella variedad de GARNACHA que mi abuelo había logrado cultivar, con grandes esfuerzos, en estas tierras poco dadas a los viñedos, antes de fugarse con la mujer del panadero y dejar a mi abuela maldiciendo el pan y el vino, y negándose a ir a comulgar a perpetuidad.

"¡Brindemos!" propuse al volver junto a John, con la última botella y dos copas en la mano.

12: INTERRUPCIONES

Pero antes de haber descorchado siquiera la botella, sonó el teléfono. A través del cable llegó hasta mí la inconfundible voz de la abuela ANTONIA anunciando su inminente visita mientras su novio viajaba por negocios al extranjero. “Murcia es taaaaan aburrida estando sola...” me dijo y, aún a distancia, reconocí su característico tonillo picarón. La familia le había retirado la palabra desde que vivía con “ese gigoló”, como lo calificaba mi padre, y yo era la única con la que mantenía contacto, por algo era su nieta favorita.

Evalué a John con la mirada y le confirmé a mi abuela que podía venir cuando quisiera, plenamente convencida de que ambos harían buenas migas.

Apenas había colgado el teléfono cuando sonó el timbre. “¿Y ahora qué?”, gruñí. No era “qué” sino “quién”: nuestro amable cartero RESTITUTO, ya jubilado, aporreando la puerta como si le fuera la vida en ello. Todo tembloroso, me explicó que le enviaba el médico de urgencias del hospital: al parecer, tenían allí a una NÓRDICA histérica con la que no lograban entenderse y, como yo era la única que había estudiado unos años en Finlandia con una beca, a lo mejor lograba averiguar quién era el tal ÚRCULO por quien preguntaba y a quien nadie conocía.

13: UNA EXCURSIÓN INESPERADA

Resoplé, maldije, volví a resoplar y maldije de nuevo. Lo que menos me apetecía en ese preciso instante era despegarme de John, ponerme un grueso abrigo y unas botas aún más gruesas, y dar traspiés por todo el pueblo nevado hasta el hospital para tratar de entenderme con una desconocida en un idioma que no dominaba. ¿Y quién era ese FANTASMA que no aparecía? ¡Úrculo, nada menos, menudo nombrecito! ¿Por qué no lo buscaba el médico de urgencias en vez de meterme a mí en el lío? Al fin y al cabo, no había sido yo quien había perdido un paciente...

Le puse cara de DRAGÓN a Restituto, que me devolvió una mirada de corderito totalmente impropia de tal hombretón pero que -él lo sabía- podía derretir hasta el corazón más pétreo. Miré a John, que me dirigió una sonrisa valerosa y, con un gesto de la mano izquierda, me animó a que me fuera con el ex cartero, mientras con la derecha se apoderaba de su tercera CAJETILLA de la mañana. En serio, teníamos que hablar de ese tema en cuanto volviese.

Así pues, seguí al reumático Restituto, decidida a liquidar el asunto cuanto antes y regresar al nido antes de que irrumpiese en él la abuela Antonia.

14: LA NÓRDICA

Al llegar al hospital entré con cierta RENUENCIA al vestíbulo de urgencias: no tenía ninguna gana de enfrentarme al médico jefe y mucho menos de traducir el idioma intraducible de la nórdica. Y allí estaba ella, inconfundible con su pelo claro y su elevada estatura, acompañada de un perrazo y un loro. ¡Por Dios! ¿Qué chiflado se lleva semejantes bichos a un hospital? Bichos que demostraron ser unos MEZQUINOS cuando yo me acerqué a saludar todo lo amablemente que pude y, de forma ostensible, me dieron la espalda los dos a la vez. A la porra con ellos.

Me centré en la rubia, que a esas alturas estaba más que histérica, y no hacía más que soltar una retahíla de palabras que sonaban fatal, seguidas del nombre "Úrculo, Úrculo" entre sollozos e hipidos. Me puse firme y la mandé callar con un UCASE. Y tuvo suerte de pillarme en un buen día (en gran parte gracias a John), que si no, no se libra de un bofetón.

15: EN EL OJO DEL HURACÁN

El médico jefe de urgencias, un CÍNICO de mucho cuidado, se pasó por allí tan solo para decirme que me dejaba al cargo de todo el asunto. Yo estaba que trinaba: en casa me esperaba John fumando como un carretero, la abuela Antonia a punto de llegar, y yo allí atrapada con la rubia aún sollozante, un Restituto cada vez más encorvado por su reuma, y un Úrculo que seguía sin aparecer. Si hubiera estado en un barco habría trepado a la BOTAVARA como un mono y me habría puesto a chillar como un idem.

OBLITERANDO los lagrimales de la nórdica con un par de contundentes sopapos, que ya le tenía muchas ganas, y enviando a Restituto a sentarse en la cafetería para aliviar el sufrimiento de su espalda, sólo me restaba localizar al tal Úrculo para dar por zanjado el asunto y marcharme a casa, a adherirme otro rato a John.

No contaba con aquellos dos malditos bichos (el gran danés y el loro) que, ante la flagrante agresión a su dueña, me atacaron con saña al mismo tiempo y me dejaron de recuerdo un mordisco en la pantorrilla derecha y un picotazo en la oreja izquierda.

16: ÉRAMOS POCOS...

DIECISÉIS puntos tuvieron que darme entre pantorrilla y oreja. Cuando el enfermero me soltó, al fin, me refugié un rato en la cafetería con Restituto para tranquilizarme y evitar soltarle un capón con DIÉRESIS al loro y un soplamocos con circunflejo al gran danés. El cartero jubilado me miraba con el ceño fruncido y meneaba la cabeza hasta que me decidí a preguntarle qué era lo que le rondaba por la cabeza.

"Nada, hija, nada. Es que estoy viendo que el Úrculo este de las narices nos va a amargar el día. A lo mejor deberíamos llamar a la DIÓCESIS, a ver si el señor obispo sabe algo de él ". Me quedé boquiabierta y ojiplática, y ni me atreví a indagar por qué Restituto suponía que el señor obispo podía saber algo del desaparecido. En todo caso, ya estaba por sugerir que a quien habría que llamar era a la policía y dejarnos de tonterías de una vez, cuando oímos un revuelo en el vestíbulo del hospital y, al asomarnos para averiguar el motivo, nos encontramos a mi abuela Antonia organizando a personal, enfermos y visitantes con sus modales enérgicos que nunca han admitido réplica.

17: MENUDO GRUPITO

En medio de todo aquel JOLGORIO, la abuela Antonia movía a la gente de acá para allá, volviéndolos locos a todos. Tanto era así que descubrí a uno de los enfermeros parapetado bajo el mostrador de recepción para escabullirse de sus tejemanejes, a un paciente con suero empeñado en ocultarse -sin éxito- detrás de la percha que sujetaba el gotero, y al médico jefe refugiado en una habitación contigua bebiendo a GOLLETE de una botella de coca-cola para consolarse de la absoluta pérdida de su autoridad.

Si cuando hizo su juramento, CADUCEO en mano, le hubieran avisado de que en los hospitales de los pueblos pasaban estas cosas -mascullaba entre trago y trago-, se habría planteado ingresar en Médicos Sin Fronteras. Seguro que los negritos le trataban mejor que la señora nazi esta, la loca de los bichos agresivos, y el tipo del nombre raro, que seguía sin asomar la nariz. Aquello parecía un circo.

18: EL QUE FALTABA

La abuela Antonia había terminado de mangonear a todo el mundo cuando apareció una ambulancia. Un par de auxiliares entraron en urgencias llevando en volandas una camilla con un cuerpo inerte. La nórdica emitió un agudo chillido y se precipitó sobre ellos, frenándolos de golpe. "Quite señora", dijo uno, "tenemos que llevar a este hombre al quirófano o se nos muere". La rubia seguía chillando y llorando abrazada al cuerpo, aferrando su mano y pronunciando de nuevo aquel extraño nombre: Úrculo.

Al fin conseguimos arrancarla de la camilla, que prosiguió su veloz camino, y la consolamos como pudimos, o sea mal, porque la pobre estaba hecha polvo, y hasta el gran danés y el loro se habían puesto mustios.

Por lo que supimos después, el hombre celebraba el CHISTE de un amigo en un bar cuando una inoportuna CARCAJADA le atascó en el gaznate los PASTELITOS de crema que se estaba comiendo. Y allí estaba Úrculo, por fin, intentando sobrevivir a la asfixia, mientras la nórdica le lloraba como si ya lo diera por perdido.

Me senté con ella, pero no había forma humana de apaciguarla. La congoja me devoraba a mí también cuando salió el médico y preguntó por los familiares del ahogado. Me temí lo peor.

19: BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA

La nórdica se abalanzó sobre el médico y lo zarandeó por la bata blanca hasta que al pobre hombre le castañetearon los dientes. Cuando conseguimos entre Restituto y yo que lo soltara, el galeno pudo explicar que Úrculo seguía vivo aunque tardaría unos días en recuperarse del todo: de momento su aspecto era ligeramente ACHAPARRADO, ya que el intenso dolor de garganta le obligaba a estar encorvado, y todavía no podía recibir visitas.

Restituto y yo acompañamos a la rubia hasta la UCI y allí la dejamos, con la nariz pegada al CRISTAL, a través del cual le gritaba al convaleciente frases cariñosas (supongo, porque yo seguía sin entender una palabra de lo que decía). A continuación me despedí de Restituto, cogí a la abuela Antonia del brazo y me la llevé para casa, que ya tenía ganas de ver a John para comprobar que no había incendiado la cocina con uno de sus pitillos (le dije a la anciana) y, por qué no (pensé para mi coleto), para estamparle en los morros un buen beso de esos que te dejan más débil que cuando te pica un FLEBOTOMA y te saca la mitad de la sangre.

20: RETORNO AL HOGAR

Al salir a la calle nevada en plena noche (qué barbaridad, nos habíamos pasado allí dentro todo el día, menudo desperdicio) la abuela Antonia y yo íbamos dando un traspié tras otro, no sólo por las heladas condiciones del suelo, sino también por la escasa luz de las farolas: si yo era NICTÁLOPE ella lo era más aún, así que avanzábamos muy despacio. A pesar de la prisa que yo tenía por regresar junto a John, no quería tener que volver al hospital por una pierna rota.

Al llegar -por fin- a casa, nos encontramos con todas las luces encendidas: parecía un MUSEO en noche de apertura extraordinaria y temí que, al abrir la puerta, saliesen de estampida dinosaurios, faraones y soldados romanos en miniatura.

Pero no, el único que salió a recibirnos fue John, con una cerveza en una mano y un plato de patatas fritas coronadas por una SALCHICHA en la otra. "He preparado la cena" dijo, todo sonriente. Lo miré con ojos tiernos -muy, pero que muy tiernos-, derretida por las promesas que adivinaba en esa sonrisa ladeada y picarona.

Sólo el brazo de la abuela Antonia, aún agarrado al mío, me contuvo para no lanzarme sobre él allí mismo, en el porche cubierto de nieve.

21: COLOFÓN

Yo, sordo sopor, hongo borroso, doloroso otoño no ortodoxo.

John, horóscopo horroroso, fósforo mohoso, tordo monocromo con poco sol.

Los dos, hombro con hombro o codo con codo, octópodo oloroso, monólogo jocoso, todo color.

Publicado por capítulos en el blog "Leer en la nube" (Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés),  durante agosto de 2023

miércoles, 18 de octubre de 2023

CUATRO ESTACIONES

Últimamente he estado teniendo sueños extraños.

En primavera me despertaba de madrugada con la absurda sensación de tener cuatro patas y haber pasado la noche recorriendo las llanuras a galope tendido. Cierto hormigueo en mis pies me dejaba un regusto inquietante, aunque mi mujer parecía complacida con mi mayor fogosidad en el lecho.

En verano dormía mal, agitado, siempre con un arrollador impulso de saltar por la ventana y planear sobre las casas. La aparición de plumitas pardas por los rincones no contribuía a mi tranquilidad de espíritu.

En otoño, el rumor de los riachuelos me anegaba el cerebro y me impelía a nadar contra corriente. Mi piel se desescamaba continuamente, y un ligero tacto membranoso en los dedos me tenía preocupado.

Finalmente, el invierno me devolvió el sosiego: ni aletas, ni alas, ni cascos, tan sólo dos piernas y la San Silvestre, tan sólo un corredor más entre tantos.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#19),  octubre 2023

lunes, 16 de octubre de 2023

PERSISTENCIA

Durante todos estos años, tu recuerdo me ha perseguido por cada rincón de las casas en las que he habitado. Daba igual lo que hiciese para librarme de él: esparcir romero sobre las alfombras, inundar estancias y pasillos con aromas de incienso, colocar velas encendidas en todas las ventanas, o hacer sonar sin descanso “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. Y, ahora que por fin me he resignado a vivir contigo y sin ti, noto desolada que tus contornos se difuminan y desaparecen.

Publicado en la web de Adella Brac (Reto 5 líneas, octubre 2023)

 

sábado, 14 de octubre de 2023

MENUDO PLAN

Si mis cálculos no fallan, hoy es treinta y uno de diciembre, San Silvestre. A estas horas, cayendo ya la tarde, debería encontrarme inmerso en un mar de preparativos: limpiar las zapatillas, rescatar del fondo del cajón los calcetines de la suerte, dejar que Carmen me llene de imperdibles la camiseta para no perder el dorsal, atarme al cuello la capa de Darth Vader que Pablito, todo ilusionado, me ofrece “para que no pases frío, papi”. Un suspiro pone fin a tan entrañables evocaciones. Quizás me ha salido un pelín dramático, aunque lo considero perfectamente lícito en la presente situación. Resignado, dejo flotar la mirada sobre el inmisericorde océano que me rodea, y me preparo para la única carrera que correré esta noche: otra vuelta más a esta maldita isla desierta donde se hundió mi velero.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#249),  noviembre 2022

jueves, 12 de octubre de 2023

COMO UN COHETE

Desdobló la solapa del libro sintiendo que regresaba la ilusión de hacía años, que lo inundaba de pies a cabeza igual que aquella lejana tarde de verano, en medio de los trigales. La amapola que Mariví había guardado entre sus páginas seguía allí, seca, aplastada, descolorida, como su corazón cuando ella le abandonó. Pero ahora que había regresado de su viaje para encontrarse a sí misma y quería volver a empezar, ese marchito corazón saltaba de alegría, dispuesto a llegar hasta la luna si ella se lo pedía. Y, si no se lo pedía, también.

Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (octubre 2023)

 

martes, 10 de octubre de 2023

HE VUELTO

Hace frío, soy consciente de la punzada en mis pulmones a cada bocanada de aire que aspiro en la gélida noche salmantina. Hace frío y, sin embargo, sudo. Siempre me gustó correr, me sentaba bien, me limpiaba por dentro, me hacía ver las cosas más claras. Tras el accidente pensé que no volvería a hacer deporte pero aquí estoy, en medio de esta apretada multitud, sintiendo de nuevo la velocidad rugir en mis venas, sonriendo a los espectadores de la San Silvestre que, fieles a su cita anual, animan a los corredores en cada avenida, en cada esquina, en cada plaza. Por fin enfilo el Paseo de San Antonio, tres años después de la última vez, y alzo los brazos al cielo, los dedos entumecidos, el alma vibrante, dejando que la silla de ruedas se deslice suavemente hasta cruzar la línea de meta.

Publicado en el concurso de microrrelatos de la San Silvestre Salmantina (#145),  noviembre 2021

domingo, 8 de octubre de 2023

VIVIRÁS EN MÍ

Sentada junto a la cama del hospital, sostengo entre mis manos temblorosas la tuya inerte, y rozo con un beso tibio tus labios pálidos y fríos, añorando el azul de tus ojos, que no se han abierto desde el maldito accidente de moto, hace ya tres meses. El médico me ha avisado esta mañana de que hoy te desconectan del respirador y, aunque soy consciente de que eso es lo que tú querías, me cuesta mucho hacerme a la idea de que ya no podré apartar de tu frente ese mechón rebelde, ni tu sonrisa pícara volverá a acelerarme el pulso, ni nuestros cuerpos se enredarán más entre las sábanas tras la pasión compartida.

Es la hora. Un último adiós en silencio y me apresuro a salir de la habitación antes de que el pitido de la máquina me golpee con su demoledora ausencia. Mientras espero el ascensor, acaricio mi vientre abultado y le prometo a tu hijo que siempre podrá visitarte en mis recuerdos.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com" (Tema: "No moriré del todo"), octubre 2023

 

viernes, 6 de octubre de 2023

48 CLAVOS

Sara giraba y giraba, atada de pies y manos a la ruleta de colores. Habíamos tenido que sortear cuál de los dos, ella o yo, haría ese papelón y debo reconocer que le di el cambiazo con los palitos en el último momento: mi mareo congénito en las trayectorias circulares me lo pedía a gritos. Juro que no tenía nada que ver con un posible miedo a que Thomas se cobrara venganza en mi persona de ciertos antiguos agravios -imaginados y magnificados todos ellos, por supuesto- al lanzar aquellos 48 clavos que, en vez de cuchillos por mor de la originalidad, estaba clavando en ese mismo instante en los alrededores de los giratorios miembros de Sara.

Publicado en el blog "Leer en la nube" (Club de Lectura de las Bibliotecas Municipales de Leganés),  agosto 2023

miércoles, 4 de octubre de 2023

AJUSTANDO CUENTAS

La sala está llena a rebosar. Si un alfiler hubiera tenido el antojo de ver la representación, le habría resultado virtualmente imposible.

Sobre el escenario se desarrolla una versión actualizada de Romeo y Julieta: una pareja ardientemente enamorada cuyas familias, encarnizadas rivales en el negocio de la hostelería, se oponen de manera rotunda y categórica a su relación. En el momento que nos ocupa, los dos protagonistas hacen planes para huir juntos, a espaldas de progenitores y amigos, tomando un avión que los conducirá a las Bahamas y a la eterna felicidad.

Mientras van y vienen por el decorado -un recóndito jardín bañado por la romántica y discreta luz de la luna-, gesticulando y recitando sus frases, una espectadora sentada en la última fila del anfiteatro más elevado los observa con suma atención a través de unos prismáticos de bolsillo. Donde el público ve una interpretación admirable y entregada, ella detecta sonrisas más ardientes de lo que requiere el papel, miradas cómplices que no están en el guión, roces innecesarios, besos demasiado largos y encendidos. Le hierve la sangre ante la prueba evidente y sin discusión de que aquella mosquita muerta tiene un lío con su marido y que ambos disfrutan mostrando al mundo su ilícita pasión camuflada de tragedia teatral.

Llegados al último acto la pareja se ha reunido, maleta en mano, para dirigirse al aeropuerto cuando el padre de él aparece dando grandes voces por un lado del escenario y por el lado opuesto asoma el padre de ella, en análogas condiciones de furia desatada. Se inicia entonces una violenta discusión a cuatro bandas, plagada de gritos y reproches, que culmina -la mujer lo sabe bien- con dos disparos que, inesperadamente, siegan la vida de ambos protagonistas.

Escena final: caídos juntos en el suelo, las manos enlazadas, un postrer “te quiero” gemido a duras penas. Bajada del telón y estruendosos aplausos de la concurrencia.

La mujer aprovecha que el público se pone en pie, vitoreando enfervorizado, para escurrirse desde su asiento hacia la puerta de salida. Confia en estar fuera del edificio cuando, al otro lado del cortinaje de terciopelo bermellón, se desate el caos.

Mientras baja rauda las escaleras, puede verlo en su mente con toda nitidez: el elenco preparándose para saludar, los dos tortolitos inmóviles en el suelo, la sangre empezando a aflorar bajo los cuerpos, los chillidos histéricos, la llamada a emergencias. Cuando la policía se presente en su casa para informarle de que su esposo ha fallecido en un trágico accidente con las pistolas de atrezo del teatro, se mostrará debidamente confusa, sorprendida y afligida, en ese orden. Después de vivir más de veinte años con un actor, algo se le ha tenido que pegar.

Al salir a la calle por una de las puertas laterales, más discretas, echa un vistazo para comprobar que nadie se ha fijado en ella antes de enfilar el trayecto de diez minutos a pie hasta su hogar. Y de camino, dos balas de fogueo se deslizan entre sus dedos para rebotar, con un sonido metálico, hacia las oscuras profundidades de una apartada alcantarilla.

Primer Premio de Relato Corto en el II Certamen "Mecenas Legionensis" (Asociación Cultural Promusicantes, León), octubre 2023

lunes, 2 de octubre de 2023

DESTINOS OPUESTOS

Nacieron del mismo destello: dos rostros igual de inocentes, dos sonrisas igual de radiantes, dos pares de alas igual de blancas. Después, el correr de los siglos fue tiñendo las de uno de ellos de un gris ceniza que acabó derivando en una negrura más densa que la noche de los tiempos. Con la cabeza gacha para no revelar el odio que destilaban sus ojos llameantes, abandonó el hogar paterno sin visos de retorno.

Cuentan los ancianos que, en las noches de tormenta, es su cólera la que rasga el cielo y su alarido el que retumba, ominoso, mientras su hermano derrama por él infinitas lágrimas.

Finalista mensual en el Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (septiembre 2023)

 

lunes, 25 de septiembre de 2023

DUELO DE MIRADAS

Crisis. Reestructuración. Odiadas palabras. Por suerte, me toca la papeleta de recolocado, no la de despedido, y mi destino en una nueva oficina se revela prometedor desde el primer día, cuando te encuentro sentada en el puesto contiguo al mío. Saludos corteses entre murmullos, breves cabeceos, algún que otro rubor.

Y aquí andamos los dos, enterrando las miradas en las macetas que adornan las ventanas o dejándolas volar con el viento helado de la mañana o incluso prendiéndolas en ese transeúnte que camina por la calle. Cualquier cosa para evitar que se crucen nuestros ojos y brote prematuramente esa llama que aguarda, latente, durante toda la jornada laboral, para abrasarnos nada más trasponer el umbral de mi apartamento.

Hoy, tras reducirnos a cenizas el uno al otro, encuentras en el aparador mi última nómina. Tu gesto se vuelve duro, tu voz vibrante declama la injusticia, y sé que mañana habrás volado hacia otro nido en busca de una igualdad salarial que reconozco justa pero que me sabe amarga porque te aleja de mi lado.

Tu puesto lo ocupa ahora un becario con pelusilla en el bigote; no sé cuánto cobra, pero su mirada miope no logra incendiar la mía que, triste, te añora.

Publicado en la web "Leer en la Nube" (Bibliotecas de Leganés), abril 2023

domingo, 24 de septiembre de 2023

DONDE TE LLEVE LA CORRIENTE

La vida de Sofía fluía ahora tranquila como un río grande y manso, después del torrente de lágrimas que la arrastró al morir su esposo, del océano de angustia en el que casi se ahoga cuando empezó la parálisis en las piernas, y del jarro de agua fría que supuso su ingreso en la residencia.

Pero ese remanso de paz era demasiada paz para Sofía, así que había retomado -al principio vacilante, luego con ímpetu arrollador- la pasión de su juventud por la escritura, llenando páginas y más páginas de historias: fantásticas, románticas, de intriga, de terror, jocosas e incluso biográficas. “Una pena que nadie vaya a leerlas”, se decía a veces.

Al dejar Sofía este mundo, en la residencia le entregaron a su hija Paula los cuadernos: docenas y docenas de ellos. Los leyó enteros de arriba abajo y, sin pensárselo dos veces, los llevó a un editor. Cuando al fin tuvo el libro en sus manos, Paula acarició con ternura el nombre de su madre en la portada. Una lágrima que le escocía en el ojo derecho le reprochó: “demasiado tarde”, pero una vocecilla salida de no sabía dónde le susurró junto al oído izquierdo: “eso nunca”.

Publicado en la web "EstaNocheTeCuento.com" (Tema: "Más vale tarde que nunca"), septiembre 2023