“Sin talento no hay nada que hacer”, había dicho el director del conservatorio, tajante. Pero mi padre se empeñó en que el tesón y la práctica podían sustituir al genio y, durante los diez años siguientes, me tuvo encadenada al piano día y noche. Yo hurtaba todo el tiempo que podía a las malditas teclas para cultivar mi auténtica pasión, en la que por fin pude volcarme cuando fracasé estrepitosamente en la audición de ingreso. Aún me provoca una sonrisa recordarlos a todos levitando por la sala de música mientras yo corría, feliz, hacia la escuela de magia.
Finalista mensual del III Concurso de Microrrelatos sobre Talento FUNDAE - Capital Radio (octubre 2023)
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