La mujer siempre había estado sola, sin conocer la amistad ni el amor ni la sororidad, ni tan siquiera el calor de otro ser humano que le tendiera la mano. Para ella, el mundo era frío e inerte, y era incapaz de disfrutar de los colores de la naturaleza: le resultaba indiferente si el trigal era verde o dorado, si el atardecer era morado o rojizo, si el cielo era azul o negro. Hasta que el gran pájaro blanco le trajo aquel paquetito diminuto y llorón, y conoció el cariño que sólo una madre puede sentir. Y lo llamó felicidad.
Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (mayo 2024)
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