En los últimos meses, Ricardo había viajado por todo el país, cambiando de un tren a otro en las estaciones más modernas y en las más vetustas, en las más concurridas y en las más solitarias, en las más céntricas y en las más aisladas: no le quedaba ya ninguna por visitar. Era hora de regresar, decidió. Y, con un profundo suspiro, se embarcó en el último trayecto, el que discurría entre los trigales del pueblo donde nació para desembocar en aquella fatídica curva donde, meses atrás, descarriló el tren separándolo para siempre de Adela. Y allí estaba ella, de pie entre las doradas espigas, haciendo volar su pañuelo en muda despedida. Ricardo sonrió y agitó la mano mientras sentía cómo, poco a poco, se iba diluyendo en el aire su invisible cuerpo de fantasma.
Publicado en la revista digital Trazos nº 12, de A2VuelaPluma (abril 2024)
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