miércoles, 4 de octubre de 2023

AJUSTANDO CUENTAS

La sala está llena a rebosar. Si un alfiler hubiera tenido el antojo de ver la representación, le habría resultado virtualmente imposible.

Sobre el escenario se desarrolla una versión actualizada de Romeo y Julieta: una pareja ardientemente enamorada cuyas familias, encarnizadas rivales en el negocio de la hostelería, se oponen de manera rotunda y categórica a su relación. En el momento que nos ocupa, los dos protagonistas hacen planes para huir juntos, a espaldas de progenitores y amigos, tomando un avión que los conducirá a las Bahamas y a la eterna felicidad.

Mientras van y vienen por el decorado -un recóndito jardín bañado por la romántica y discreta luz de la luna-, gesticulando y recitando sus frases, una espectadora sentada en la última fila del anfiteatro más elevado los observa con suma atención a través de unos prismáticos de bolsillo. Donde el público ve una interpretación admirable y entregada, ella detecta sonrisas más ardientes de lo que requiere el papel, miradas cómplices que no están en el guión, roces innecesarios, besos demasiado largos y encendidos. Le hierve la sangre ante la prueba evidente y sin discusión de que aquella mosquita muerta tiene un lío con su marido y que ambos disfrutan mostrando al mundo su ilícita pasión camuflada de tragedia teatral.

Llegados al último acto la pareja se ha reunido, maleta en mano, para dirigirse al aeropuerto cuando el padre de él aparece dando grandes voces por un lado del escenario y por el lado opuesto asoma el padre de ella, en análogas condiciones de furia desatada. Se inicia entonces una violenta discusión a cuatro bandas, plagada de gritos y reproches, que culmina -la mujer lo sabe bien- con dos disparos que, inesperadamente, siegan la vida de ambos protagonistas.

Escena final: caídos juntos en el suelo, las manos enlazadas, un postrer “te quiero” gemido a duras penas. Bajada del telón y estruendosos aplausos de la concurrencia.

La mujer aprovecha que el público se pone en pie, vitoreando enfervorizado, para escurrirse desde su asiento hacia la puerta de salida. Confia en estar fuera del edificio cuando, al otro lado del cortinaje de terciopelo bermellón, se desate el caos.

Mientras baja rauda las escaleras, puede verlo en su mente con toda nitidez: el elenco preparándose para saludar, los dos tortolitos inmóviles en el suelo, la sangre empezando a aflorar bajo los cuerpos, los chillidos histéricos, la llamada a emergencias. Cuando la policía se presente en su casa para informarle de que su esposo ha fallecido en un trágico accidente con las pistolas de atrezo del teatro, se mostrará debidamente confusa, sorprendida y afligida, en ese orden. Después de vivir más de veinte años con un actor, algo se le ha tenido que pegar.

Al salir a la calle por una de las puertas laterales, más discretas, echa un vistazo para comprobar que nadie se ha fijado en ella antes de enfilar el trayecto de diez minutos a pie hasta su hogar. Y de camino, dos balas de fogueo se deslizan entre sus dedos para rebotar, con un sonido metálico, hacia las oscuras profundidades de una apartada alcantarilla.

Primer Premio de Relato Corto en el II Certamen "Mecenas Legionensis" (Asociación Cultural Promusicantes, León), octubre 2023

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