Le aseamos, le vestimos con el traje de los domingos y le metemos en la caja, poniéndole entre las manos uno de sus puros favoritos. Somos conscientes de que el cura que va a oficiar el responso está sordo como una tapia, pero aún así procuramos entre todas llorar lo suficientemente alto para que no se escuchen a través de la tapa de madera sus patéticos gritos.
Publicado en la Revista Digital "Pansélinos" nº 38 (marzo 2025)
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