El presentador del programa entrevista al recién rescatado náufrago.
- ¿Qué es lo que más echaba de menos en esa isla desierta?
El hombre se mesa la barbilla: aún no se ha acostumbrado al tacto suave de su mentón después de dos años de poblada barba.
- Pues aunque le parezca mentira, el ruido de los coches, el bullicio de la gente, las colas en el supermercado. Y el supermercado, claro, o más bien su contenido, allí la dieta era un poco limitada.
Risas entre el público invisible.
- Pero toda esa naturaleza...
- Mire usted -le interrumpe el náufrago, agitando una mano- cuando uno lleva meses sin ver otra cosa que palmeras y cielo azul, empieza a añorar los rascacielos y el rastro de los aviones.
El presentador asiente con aire comprensivo, aunque en su fuero interno disiente: siempre le han atraído las playas vírgenes.
- Me han dicho que tenía usted un compañero.
El náufrago esboza una sonrisa.
- Bueno, yo no tenía a mano ningún balón, como Tom Hanks, así que me las tuve que arreglar con un coco. Al principio se mostraba un poco reticente pero con el tiempo terminamos por ser excelentes amigos.
El presentador alza las cejas; se le notan los esfuerzos por contener la carcajada. El náufrago hace un mohín ante su escepticismo.
- ¿Y ha venido con usted? -inquiere el presentador, sin poder evitar un cierto tonillo socarrón-. ¿Podemos entrevistarle?
- Ha venido él, y todos sus familiares y amigos. Querían conocer de primera mano eso que llamamos “civilización”.
Y, volviéndose hacia el público, se pone en pie y saluda. El presentador se gira también y se queda boquiabierto ante aquella multitud de cocos que aplauden y vitorean con entusiasmo desde las gradas del plató.
Publicado en la revista electrónica "Papenfuss" (nº 49, noviembre 2025)
No hay comentarios:
Publicar un comentario