Me gusta ir a nadar a casa de la abuela. Cruzo el balcón a golpe de aleta, rozando los geranios de la baranda, y me cuelo en la sala grande. La abuela sonríe con benevolencia al verme bucear bajo la mesa, sortear las patas de las sillas, llenar la alfombra de burbujitas. Mamá pondría el grito en el cielo pero, como todos los demás, ella no ha querido adaptarse a la nueva vida bajo el embalse y ahora sólo quedamos en el pueblo la abuela y yo. Eso sí, todos los días, a las dos en punto, mamá se acerca a la orilla para echarnos unas migas de pan.
Publicado en el Diario Sur, seleccionado para optar al V Premio "Pablo Aranda" (20 julio 2025)
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