Mientras el sol iniciaba su lento peregrinar hacia el ocaso por detrás del naranjal, mi prima y yo buscábamos un entretenimiento sigiloso que nos ayudase a salvar las primeras y soñolientas horas de la tarde sin perturbar la sagrada siesta de nuestros mayores. Después de mucho discutir, lanzamos una moneda al aire perfumado de naranjas y la dejamos decidir a ella. Salió cruz, así que vertimos una botella de anís enterita en el estanque de las percas.
No sé si fue el fragante olor o la trayectoria errática de los peces lo que alertó del desaguisado a mi madre. Sin entrar en detalles, baste decir que, treinta años después, el castigo que nos impuso aún permanece fresco en mi memoria. Y, a veces, me pregunto qué habría ocurrido si hubiera salido cara y hubiéramos derretido una tableta de chocolate en los zapatos del abuelo Vicente.
Publicado en la Revista Digital "Pansélinos" nº 44 (septiembre 2025)
Podcast ("La Página Sonora" de Onda Cero), septiembre 2025: https://drive.google.com/file/d/12G2K9JGUTrFYDW-QbWB5N2GUdpnBhqx7/view
Trastadas infantiles aprovechando la siesta de los mayores... ¡Bendita infancia!
ResponderEliminarUn abrazo.