Cuando adoptó a aquel gato callejero no esperaba que sus uñas fueran tan afiladas. Las marcas que le había dejado en la oreja izquierda y en el tobillo derecho le daban aspecto de grafiti gatuno. Pero ella seguía acariciando al huraño animal, convencida de que terminaría por rendirse y se tornaría un manso y ronroneante compañero. El gato, por su parte, no le quitaba ojo a la pulsera de oro que llevaba puesta la mujer: su amo le había prometido un gran tazón de leche con galletas si se la conseguía. El próximo arañazo iría directo al broche.
Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (diciembre 2023)
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