Por mi cumpleaños, papá me llevó a la tienda de mascotas. Tenía prohibidas serpientes e iguanas, y perros y gatos se me antojaban aburridos, así que escogí un precioso conejito todo negro. Miré fijamente sus ojos rojizos y ¡zas! de pronto me vi a mí mismo al otro lado del cristal diciendo que prefería un hámster. ¡Un hámster! Intenté protestar, pero sólo lograba emitir chillidos y menear unas estúpidas y larguísimas orejas. Mientras salía de la tienda de la mano de papá, ese otro yo me lanzó una perversa mirada rojiza y no me quedó otra que quedarme allí, esperando la llegada de algún incauto para tratar de regresar a un cuerpo humano, aunque no fuese el mío.
Finalista mensual en el Concurso de Microrrelatos de RTV Lavapiés (febrero 2024)
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