Una tarde de verano en que el sueño me rendía y mantener los ojos abiertos suponía un inmenso sacrificio, decidí que mi equipo podía valerse sin mí y diseñé una estrategia de escape por la escalera de incendios. Abandoné la oficina sin avisar, dejando el maldito móvil encerrado bajo llave en un cajón del escritorio. Tan sólo si algo iba mal notarían mi ausencia y, para entonces, esperaba estar ya pisando descalza la hierba húmeda del parque. La suerte quiso que mi jefe tuviera la misma extravagante idea, y juntos descubrimos el inusitado placer de la rebeldía.
Publicado en la web de la Fundación Cinco Palabras (junio 2024)
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