El pueblo sesteaba tranquilo al calor de finales de junio cuando, desde las afueras, llegó un soniquete que avanzaba hacia la Plaza Mayor. Recorriendo calles y callejas, plazuelas, pasajes y travesías, el alboroto alcanzó al fin las puertas del Ayuntamiento y allí acampó.
No se había visto nunca nada igual: un viejo tocando una herrumbrosa armónica a cuyo compás bailaba una cabra, en equilibrio con una pata sobre una pirindola que giraba y giraba sin cesar. El animal agitaba las otras tres pezuñas en el aire mientras emitía sonoros balidos para llamar la atención de los vecinos. Éstos habían ido acudiendo en lento goteo y, a la sazón, rodeaban a la insólita pareja, unos frunciendo el ceño con desaprobación, otros llevando alegres el ritmo con el pie sobre los adoquines, la mayoría con ojos y boca abiertos por el asombro.
El vozarrón de don Florencio, el alcalde, se alzó indignado: “¡aquí no hay quien duerma!” y a continuación unos calcetines rojos salieron volando por la ventana de su cuarto, seguidos del gorro de dormir a juego. Las prendas fueron a caer en un charquito, que las engulló con presteza; luego empezó a devorar la acera, los edificios también desaparecieron uno a uno en su interior y, por último, se tragó enterita la Calle Mayor, con público y todo.
Entonces el viejo dejó de tocar, plegó el charco con sumo cuidado y, guardándolo en un bolsillo de la chaqueta, junto a la armónica, enfiló con la cabra hacia el pueblo siguiente.
Segundo Premio en el I Concurso de Microrrelatos "De simiente y pueblo" organizado por "Casa Visi" (Gordoncillo, León), agosto 2024
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