Él siempre vestía de riguroso negro de los pies a la cabeza, incluida la ropa interior. Ella, por el contrario, no usaba ninguna prenda que no fuese del blanco más impoluto.
El día que chocaron en un pasillo del metro, girando la esquina, cada uno con sus prisas y sus pájaros en la cabeza, un insólito cataclismo los sacudió y se olvidaron del trabajo, del dentista, de los recados, del banco. Cogidos de la mano salieron al exterior, recalaron en la terraza de un café y pasaron allí el resto del día intercambiando gustos, sueños y pesares. Al final de la tarde, ya habían decidido hacer honor a la teoría de la atracción de los polos opuestos alquilando un apartamento para iniciar una nueva vida juntos.
Lo primero que hicieron para celebrarlo fue adoptar un gatito. Gris, por supuesto.
Publicado en la Revista Digital "Pansélinos" nº 32 (septiembre 2024)
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