Rapunzel, a falta de pañuelo, le ofrecía a Cenicienta el extremo de su larguísima cabellera para que enjugase el torrente de lágrimas que corría sin freno por sus mejillas, cuando Mulán asomó la cabeza.
- ¿Qué ocurre?
Blancanieves señaló a la afligida joven.
- El hada madrina se ha jubilado.
- ¿Y?
- ¡Que no podré ir al baile para enamorar a mi Príncipe Azul!
Y Cenicienta estalló en un nuevo y redoblado acceso de llanto.
Mulán la tomó por los hombros y la sacudió sin miramientos.
- ¿Y para qué están las amigas?
Cenicienta parpadeó, algo aturdida tras el zarandeo.
- Es que no tengo vestido, ni zapatos de cristal, ni calabaza tirada por ratones...
Mulán adoptó una pose militar y tomó el mando.
- Rapunzel, préstale un vestido y unas zapatillas de baile. Blancanieves, busca una carroza que tu madrastra no utilice esta noche. Yo la guiaré.
Y así, Cenicienta pudo acudir al Baile Real y pasarse la noche esquivando al Príncipe Azul, que resultó ser un pelmazo insoportable. Y, al dar las doce campanadas, aunque no tenía hechizo que romper, se dio a la fuga para no perderse la fiesta de pijamas de sus tres amigas, mucho más divertida que la Corte.
Finalista en la IV edición del Certamen "Un amor, cualquier amor" (Bibliotecas Municipales de Leganés), octubre 2024
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