El día de nuestro aniversario, al filo del amanecer, se cayó el panel solar del tejado y derribó la palmera bajo la que nos habíamos casado veinticinco años antes. El estrépito fue tal que nos despertó. Yo contemplaba atónita y compungida los destrozos cuando mi marido, rojo de furia contenida, empezó a increparme y a acusar de negligencia letal mi tardanza en cambiar aquel cable que llevaba semanas flojo. Yo respondí que igual se podía haber ocupado él, y en diez minutos de intercambio de gritos airados convertimos la plata de aquellas bodas en peltre oxidado y sin valor. A la mañana siguiente, mi abogado me comunicó por teléfono la demanda millonaria de mi marido por daños y perjuicios y, aunque sus buenos oficios consiguieron el sobreseimiento del absurdo caso, ya nada pudo recomponer los añicos de mi destrozado matrimonio.
Publicado en el Concurso de Microrrelatos sobre Abogados (junio 2022)
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